Lapsus es un accidente que ocurre durante una expresión discursiva al suplantar una palabra por otra.
¿Alguna vez has llamado “amor” a tu jefe en una reunión importante? ¿O has escrito “odio este trabajo” cuando querías poner “amo este trabajo” en un mensaje? Si te ha pasado, no eres el único. Estos deslices aparentemente inocentes tienen un nombre específico: lapsus, y lejos de ser simples equivocaciones, pueden revelar aspectos fascinantes de nuestra mente que ni siquiera sabíamos que existían.
Imagínate por un momento que tu mente es como un iceberg. Lo que vemos en la superficie – nuestros pensamientos conscientes – es apenas una pequeña porción. Debajo del agua, en las profundidades, se encuentra todo un universo de deseos, miedos, conflictos y pensamientos que hemos decidido no ver. Los lapsus son como esas grietas en el hielo que permiten que, de vez en cuando, algo de esa profundidad salga a la superficie.
Lapsus: Cuando tu Inconsciente Habla por Ti – El Mensaje Oculto en Nuestros “Errores” Cotidianos
La palabra “lapsus” viene del latín y significa resbalón, desliz o tropiezo. En psicología, se refiere a esos momentos en que nuestra mente “resbala” y dice, escribe o hace algo que no habíamos planeado conscientemente. Pero aquí viene lo interesante: según la teoría psicoanalítica, estos resbalones no son casuales. Son como mensajes en una botella que nuestro inconsciente nos envía.
Cuando hablamos de lapsus, no nos referimos a trastornos del lenguaje como la disfemia (tartamudez), donde los sonidos se repiten o se prolongan, ni a la disartria, que es una dificultad muscular para pronunciar palabras. Los lapsus son otra cosa completamente diferente: son ventanas involuntarias a nuestro mundo interior.
Existen varios tipos de lapsus, cada uno con su propia personalidad, por así decirlo. El lapsus linguae ocurre cuando hablamos – como cuando un político nervioso dice “vamos a hundir el país” en lugar de “sacar el país adelante”. El lapsus calami sucede al escribir – quizás has querido escribir “te extraño” a tu ex pareja pero escribiste “te amo” sin darte cuenta. También existe el lapsus memoriae, cuando “olvidamos” selectivamente algo que en el fondo no queremos recordar, como el cumpleaños de alguien con quien estamos molestos.
Pero los lapsus no se limitan solo a las palabras. También pueden ser gestuales. Piensa en esa ocasión en que le diste la mano a alguien pero inconscientemente la retiraste un poco, o cuando dijiste “sí, claro” pero tu cabeza se movía de lado a lado diciendo “no”. Tu cuerpo estaba expresando lo que tu mente consciente no se atrevía a admitir.
Sigmund Freud fue el primero en tomar en serio estos “errores” cotidianos. En su obra “Psicopatología de la vida cotidiana”, argumentó que los lapsus son como llaves que abren puertas del inconsciente. No son fallas del sistema, sino revelaciones disfrazadas. Como él mismo dijo: “El lapsus linguae es una expresión de la represión, ya que revela el material reprimido que se encuentra debajo de la superficie del pensamiento consciente”.
Posteriormente, Jacques Lacan profundizó esta idea, viendo en los lapsus una manifestación de cómo el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Para Lacan, cada lapsus es como una grieta en el discurso que nos muestra la fractura entre lo que queremos decir y lo que realmente pensamos.
¿Por qué ocurren estos deslices? Las explicaciones son variadas y fascinantes. A veces es simple fatiga mental – cuando estamos cansados, nuestro “editor interno” se relaja y deja pasar cosas que normalmente censuraría. Otras veces es estrés o ansiedad – en momentos de tensión, nuestras defensas psicológicas se debilitan y aflora lo que habíamos mantenido oculto.
Pero la explicación más intrigante viene del psicoanálisis: los lapsus son el afloramiento de lo reprimido. Imagina que tu mente consciente es como un vigilante muy estricto que no deja pasar ciertos pensamientos o deseos porque los considera inapropiados. Pero este vigilante se cansa, se distrae o se relaja por un momento, y es entonces cuando se cuela el pensamiento prohibido.
Un elemento que facilita estos deslices son las semejanzas entre las palabras – ya sea por cómo suenan, cómo se escriben o por su significado. Es como si nuestra mente jugara con las palabras y, en un momento de descuido, eligiera la que realmente quería decir en lugar de la socialmente aceptable.
Los ejemplos de lapsus en la vida real son infinitos y, a menudo, reveladores. Un trabajador que llama “papá” a su jefe autoritario está revelando, sin quererlo, la dinámica de poder que percibe en esa relación. Una persona que se despide diciendo “te amo” en lugar de “hasta luego” podría estar expresando sentimientos que mantiene ocultos. En el ámbito político, hemos visto casos memorables como cuando un funcionario dijo “lo que nosotros hemos hecho es engañar a la gente” cuando probablemente quería decir “ayudar a la gente”.
La literatura y la cultura popular han sabido aprovechar este fenómeno. Autores como García Márquez o Agatha Christie han usado lapsus en sus diálogos para revelar aspectos ocultos de sus personajes. En el cine y la televisión, estos deslices se usan tanto para generar comedia como para crear momentos de tensión dramática.
¿Cómo podemos interpretar un lapsus? No todos tienen el mismo peso o significado. La frecuencia es importante – si alguien comete el mismo lapsus repetidamente, probablemente hay algo más profundo ahí. El contexto emocional también cuenta: un lapsus que ocurre en un momento de alta tensión emocional suele ser más revelador que uno que sucede por simple cansancio. Y las asociaciones personales son clave – las palabras que se intercambian suelen tener algún tipo de conexión significativa para quien las dice.
Pero aquí surge una pregunta importante: ¿todos los lapsus tienen un significado profundo? La respuesta es compleja. Mientras que la tradición psicoanalítica tiende a ver significado en la mayoría de estos deslices, las neurociencias modernas sugieren que algunos pueden ser simplemente producto de la interferencia cognitiva – momentos en que nuestro cerebro procesa múltiple información simultáneamente y se “cruzan los cables”.
Lo que sí es cierto es que los lapsus nos recuerdan algo fundamental: no tenemos control total sobre nuestro discurso y nuestras acciones. Somos seres complejos, con capas de consciencia e inconsciencia que interactúan de maneras que aún no comprendemos completamente. Y quizás eso sea lo más fascinante de todo: que a través de estos pequeños “errores” podemos asomarnos a la complejidad de nuestra propia mente.
La próxima vez que cometas un lapsus, en lugar de avergonzarte o descartarlo como un simple error, detente un momento. Pregúntate: ¿qué quería decir realmente mi inconsciente? ¿Qué me está revelando sobre mí mismo este pequeño desliz? Quizás descubras aspectos de tu mundo interior que no sabías que existían.
Como decía Freud, los lapsus son actos fallidos que, paradójicamente, aciertan en revelarnos verdades sobre nosotros mismos. Son prueba de que, por más que creamos tener control sobre nuestras palabras y acciones, siempre hay una parte de nosotros que encuentra maneras creativas de expresarse. Y tal vez, solo tal vez, escuchar a esa parte de nosotros nos ayude a conocernos mejor.
Después de todo, en un mundo donde a menudo nos sentimos obligados a decir lo correcto, lo apropiado, lo esperado, los lapsus nos recuerdan que somos mucho más complejos, contradictorios y humanos de lo que nos permitimos mostrar. Y eso, lejos de ser algo de lo que avergonzarse, es algo que celebrar.

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