La autoestima es el conjunto de percepciones, pensamientos, evaluaciones y sentimientos dirigidos hacia uno mismo, hacia nuestra manera de ser y de comportarnos, y hacia los rasgos de nuestro cuerpo, de nuestro carácter, de nuestra historia personal, pasada, presente y futura. En este sentido, el evaluativo, la noción de “autoestima” se confunde con la de “autoconcepto”. La palabra autoestima sugiere algo positivo; pero también se considera que puede haber una autoestima baja o inexistente. Es una noción gradual.
Para Carl Rogers, el autoconcepto (y, por ende, la autoestima) está compuesto por aquellas percepciones y valores conscientes “de mí”; estos son un resultado de la valoración, por parte del organismo, de sus propias experiencias, pero también fueron introyectadas o tomadas de otros individuos significativos o importantes en la historia del individuo. En la escuela humanista rogeriana, se considera un derecho inalienable de toda persona: “Todo ser humano, sin excepción, por el mero hecho de serlo, es digno del respeto incondicional de los demás y de él mismo; merece estimarse a sí mismo y que se lo estime”.
La importancia de la autoestima, entonces, está en que afecta nuestra manera de estar y actuar en el mundo, y de relacionarnos con los demás. Nada en nuestra manera de pensar, de sentir, de decidir y de actuar escapa a su influencia.
Por supuesto, un concepto más preciso de autoestima va a depender de la teoría psicológica que lo estudie (humanista, psicoanálisis, conductismo). Desde el psicoanálisis, por ejemplo, la autoestima está relacionada con el desarrollo del ego; en cambio, para el conductismo, el concepto integral de autoestima prácticamente no tiene sentido.
Un error popular es pensar que el amor a uno mismo equivale al narcisismo. Al contrario, el narcisismo es un síntoma de baja autoestima, de desamor hacia uno mismo. Una persona con una autoestima suficiente se acepta incondicionalmente con sus virtudes y sus defectos (aunque quiera mejorar). Un narcisista no puede conocer y aceptar sus defectos, que siempre tratará de ocultar.
Hay algunos indicios habituales y reconocibles de autoestima.
La persona que se estima cree firmemente en ciertos valores y principios, y está dispuesta a defenderlos aunque encuentre oposición. Pero también se siente lo suficientemente segura de sí misma como para modificarlos si es necesario. Es capaz de obrar según sus convicciones, confiando en su propio criterio. No se obsesiona con los que los demás piensen de ella y de sus principios. No pierde el tiempo preocupándose por el pasado o por el futuro: aprende y proyecta, pero vive con intensidad el presente.
Algo fundamental: cuando necesita ayuda de otros, la pide sin vergüenza. Se considera igual que cualquiera, ni inferior ni superior. No se deja manipular. Es capaz de disfrutar una gran variedad de actividades. Es sensible a los sentimientos y las necesidades de los demás.
Por el contrario, la persona con autoestima baja tiene una autocrítica exagerada (pero es muy susceptible ante la crítica de los demás, que en realidad no acepta); siempre está insatisfecha consigo misma, pero no parece bien dispuesta a cambiar (o no sabe cómo). Sufre de indecisión crónica, por miedo cerval a equivocarse. Tiene un deseo excesivo de complacer (no se atreve a decir no) y una culpabilidad neurótica, sin fundamento.
La autoestima se logra mediante algunos desarrollos claves: del sentido de pertenencia: del sentido de singularidad; del sentido del poder y la capacidad; de modelos para imitar (o no).
Los desequilibrios de la autoestima pueden mostrar formas tan variadas como: trastornos psicológicos; depresión; ideas (e intentos) de suicidio; falta de apetito y otros trastornos de la alimentación; anhedonia (incapacidad de experimentar placer); miedo y ansiedad; pesimismo y escepticismo crónicos; inutilidad y desamparo; dificultad para tomar decisiones; inquietud, irritabilidad; trastornos del sueño; dolores de cabeza; problemas digestivos; trastornos afectivos y de comunicación; descuido de las obligaciones y el aseo personal; mal rendimiento laboral; adicciones; etc.
Tanto en el ámbito de la psicología como en el de la psicopedagogía, se considera de gran importancia desarrollar la autoestima de los niños y los adolescentes, para asegurar su madurez psicológica. Los docentes juegan un papel importante en la construcción de la autoestima de sus alumnos, que es un aspecto sustancial para desarrollar su personalidad de adultos.
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