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Narcisismo primario y secundario

El narcisismo primario es un estado precoz, en el cual el niño catectiza toda su libido sobre sí mismo. El narcisismo secundario, por su parte, es una vuelta de la libido sobre el yo, retirada de sus catexis objetales.

Sin embargo, estos conceptos tienen diversas complicaciones, e incluso ambigüedades, hasta en el mismo corpus freudiano.

El narcisismo: Cuando el amor propio se convierte en espejo

¿Te has preguntado alguna vez por qué algunos bebés parecen estar completamente absortos en sí mismos, como si fueran lo único que existe en el mundo? O quizás has notado cómo ciertos adultos, después de una ruptura amorosa, se refugian en una especie de “capullo” emocional donde solo importan ellos mismos. Estas situaciones nos acercan a uno de los conceptos más fascinantes y complejos del psicoanálisis: el narcisismo.

Sentados cómodamente en el diván de la comprensión humana, exploremos juntos este fenómeno que, lejos de ser simplemente “vanidad” o “egoísmo”, representa uno de los pilares fundamentales en la construcción de nuestra identidad.

Dos caras de la misma moneda: primario y secundario

El narcisismo, en términos psicoanalíticos, se presenta como un díptico fascinante. Por un lado, tenemos el narcisismo primario: ese estado inicial donde el niño pequeño invierte toda su energía psíquica (lo que Freud llamaba “libido”) en sí mismo. Imagina un recién nacido: para él, no existe diferencia entre él y el mundo exterior. Es como si fuera el emperador absoluto de un universo que gira exclusivamente a su alrededor.

El narcisismo secundario, por el contrario, es más sutil y complejo. Representa ese momento en que la libido, que ya había salido hacia otros objetos y personas, “regresa a casa” y se refugia nuevamente en el yo. Como una persona que, después de decepciones amorosas, decide que “es mejor estar solo”.

Pero aquí viene lo interesante: estos conceptos, incluso en la mente brillante de Freud, presentaban ciertas ambigüedades que continúan generando debates hasta hoy. Es como si estuviéramos armando un rompecabezas donde algunas piezas parecen encajar de diferentes maneras.

El narcisismo secundario: un refugio conocido

El narcisismo secundario resulta más fácil de comprender. Freud utilizó este término desde su trabajo “Introducción del narcisismo” (1914) para describir estados como el narcisismo esquizofrénico. En sus propias palabras: “Nos vemos inducidos, por consiguiente, a considerar este narcisismo, que ha aparecido haciendo refluir de nuevo las catexis de objeto, como un estado secundario construido sobre la base de un narcisismo primario”.

Piensa en alguien que, después de una serie de relaciones fallidas, decide que “no vale la pena amar a nadie más”. Esa persona está experimentando una forma de narcisismo secundario: la energía que antes dirigía hacia otros, ahora la redirige hacia sí misma como mecanismo de protección.

Pero atención: el narcisismo secundario no es solo una respuesta a situaciones extremas. Forma parte permanente de nuestra estructura psíquica. Es como si mantuviéramos siempre un “fondo de reserva” emocional para nosotros mismos. Existe un equilibrio dinámico entre la energía que invertimos en otros y la que guardamos para nosotros. Incluso nuestro “ideal del yo” —esa imagen de quién queremos ser— representa una formación narcisista que nunca abandonamos completamente.

El narcisismo primario: el misterio del origen

El narcisismo primario es más enigmático. Inicialmente, Freud lo describía como el “primer” narcisismo: ese momento en que el niño se considera a sí mismo como objeto de amor antes de dirigirse hacia objetos externos. Corresponde a esa etapa mágica donde el pequeño cree en la omnipotencia de sus pensamientos —si desea algo, simplemente debe suceder—.

Esta fase se ubicaría entre el autoerotismo primitivo (donde ni siquiera existe un “yo” organizado) y el amor dirigido hacia objetos externos. Es como el momento en que una estrella se forma: existe ya como entidad, pero aún no ha establecido relaciones gravitatorias con otros cuerpos celestes.

Sin embargo, en desarrollos posteriores, Freud parece aplicar la noción de narcisismo primario a un estadio incluso más temprano, anterior a la constitución de un yo. Su modelo arquetípico sería la vida intrauterina: un estado de perfecta unidad donde no existe separación entre el ser y su entorno.

Esta última concepción es la que predomina actualmente: el narcisismo primario designa un estado “an-objetal” o “indiferenciado”, sin separación entre sujeto y mundo externo. Como un pez que no conoce el agua porque siempre ha vivido en ella.

Voces disidentes: la perspectiva kleiniana

No todos los psicoanalistas abrazan esta visión. Melanie Klein, una de las figuras más importantes del psicoanálisis infantil, desafió estas ideas con una perspectiva revolucionaria. Para Klein, no puede hablarse propiamente de una “fase narcisista”, ya que desde el principio mismo de la vida se establecen relaciones con objetos externos.

Según su visión, pueden existir estados narcisistas, pero estos se caracterizan por un retorno de la libido hacia objetos que han sido interiorizados, no hacia un yo vacío de relaciones. Es como si dijera: “Los bebés siempre están en relación, incluso cuando parecen ensimismados”.

Un viaje mítico: de Narciso a la clínica

La historia del concepto es tan fascinante como el fenómeno mismo. Todo comenzó con el mito griego de Narciso, ese joven de belleza extraordinaria, hijo del dios del río Cefiso y la ninfa Liríope. Su historia es un drama de amor imposible: enamorado de su propio reflejo en las aguas de una fuente, Narciso se consumió en un deseo que no podía satisfacer. Al intentar abrazar su imagen, esta se desvanecía. Torturado por esta pasión imposible, terminó por darse cuenta de que el objeto de su amor era él mismo, y en su desesperación, se golpeó hasta morir. Su cuerpo se transformó en la flor que lleva su nombre.

El término “narcisismo” hizo su debut científico en 1887, cuando el psicólogo francés Alfred Binet lo empleó para describir una forma de fetichismo donde la persona toma su propio cuerpo como objeto sexual. Durante décadas, los sexólogos lo consideraron una perversión sexual.

Freud revolucionó esta comprensión. En una nota añadida en 1910 a sus “Tres ensayos de teoría sexual”, escribió sobre los “invertidos”: “se toman a sí mismos como objetos sexuales… partiendo del narcisismo, buscan a hombres jóvenes semejantes a su propia persona, a quienes quieren amar como sus madres los amaron a ellos mismos”.

Para 1914, con “Introducción del narcisismo”, el término ya había adquirido estatus de concepto técnico fundamental. Freud estableció que existe una oposición dinámica entre libido del yo y libido de objeto: cuando una se fortalece, la otra se debilita. La libido objetal en su máximo desarrollo caracteriza el enamoramiento, mientras que la libido yoica, en su extremo, fundamenta las fantasías paranoides del “fin del mundo”.

Desarrollos contemporáneos: el espejo de Lacan

Jacques Lacan aportó una perspectiva revolucionaria con su teoría del “estadio del espejo”. Para Lacan, el narcisismo está íntimamente ligado al proceso de estructuración del sujeto. El infans (el niño que aún no accede al lenguaje) no posee una imagen unificada de su cuerpo, no distingue claramente entre él y el exterior.

En el famoso “estadio del espejo”, el niño puede identificarse por primera vez con una imagen global y unificada de sí mismo. Es como ese momento mágico cuando un niño se reconoce en el espejo y señala diciendo “¡ese soy yo!”. Esta identificación primigenia se convierte en la base para todas las identificaciones posteriores que constituyen el yo.

El narcisismo secundario, desde esta perspectiva, surge cuando el sujeto inviste un objeto exterior, pero un objeto que supone es él mismo. El ideal del yo se construye a partir de este deseo y, también, de este “engaño” fundamental.

El destino narcisista: amor y pérdida

Como señala André Green (1976), los psicoanalistas posteriores a Freud se dividieron en dos grandes corrientes: quienes defendían la autonomía del narcisismo (como Heinz Kohut) y quienes la cuestionaban (como Melanie Klein). Esta división reflejó la riqueza y complejidad del concepto.

El narcisismo nos remite, finalmente, a un mito que es también una historia de amor trágico. En él, el sujeto se encuentra tan bien consigo mismo que encuentra la muerte. El destino narcisista implica una paradoja cruel: al enamorarse de otro sin darse cuenta de que se trata de sí mismo, el sujeto no solo pierde el objeto de su amor, sino que, sobre todo, se pierde a sí mismo.

Esta comprensión del narcisismo nos invita a reflexionar sobre esa delicada danza entre el amor propio y el amor hacia otros, entre la necesidad de refugiarnos en nosotros mismos y la urgencia de conectar con el mundo exterior. Porque, al final del día, construir un yo saludable requiere de ambos movimientos: saber amarse sin perderse en el espejo de uno mismo.


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