La llamada “terapia del último año”, se basa, entre otras fuentes, en el libro del psicólogo y escritor norteamericano Stephen Levine, Un año de vida.
También está muy influenciada por el budismo, y por pensadores como Osho o Anthony de Mello, que acentúan la idea de “vivir el presente”, ya que es lo único que existe en realidad.
En la Argentina, uno de los terapeutas que la aplican es el doctor Hugo Dopaso.
La terapia del último año de vida consiste, precisamente, en vivir un año de nuestras vidas como si fuera el último, ni más ni menos. Suena sencillo, pero no lo es. Por eso requiere una inmersión casi total en la experiencia, e incluso se aconseja realizarla en forma grupal. (La propuesta más común es hacer una terapia grupal de un año, con un encuentro mensual, de 3 o 4 horas, en forma presencial.)
Hay que llegar a internalizar la fecha de la supuesta muerte y realizar una suerte de cuenta regresiva lo más realista posible. De hecho, ¿cómo sabemos que no vamos a morir en el próximo minuto, este en que se pasa a leer el próximo párrafo…?
La idea central es que aquello que hagamos cuando sólo nos queden 365 días por vivir es lo que realmente deseamos hacer. Esa es la forma en que querríamos vivir siempre. Pero hay que descubrirla. Y, después de ese año, ponerla en práctica.
También, “vivir con la conciencia de la muerte” lleva a saldar “viejas cuentas”: rencores, culpas, agradecimientos debidos. Y quizás descubramos que la vida que llevamos es la que realmente queremos. Pero estaremos más tranquilos con ella, abiertos a nuevas posibilidades dentro del mismo camino ya emprendido.
Algunas de las actividades que se realizan en esta terapia son: hacer un testamento, escribir cartas para que los seres queridos las lean “después de nuestra muerte”, poner “en orden” asuntos personales (económicos, laborales, afectivos), deshacerse de pertenencias; reflexionar sobre cómo estamos viviendo, intentar cerrar viejas heridas, corregir errores si es posible, sanar las relaciones insatisfactorias, hacer las paces con nosotros mismos y los demás, perdonar y sentirnos perdonados.
También se hacen planes más ambiciosos, como planificar un viaje o cambiar de trabajo.
En definitiva, “trabajar” el miedo a la muerte es enfrentar la raíz de todos los miedos que no nos hacen más difícil la vida.
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