Fenómeno subjetivo que, para el psicoanálisis, resulta la expresión de un conflicto inconsciente, no el signo de una enfermedad. Para Freud, el síntoma adquiere un sentido totalmente nuevo desde el momento en que plantea que el síntoma de conversión histérico —considerado antes una simulación— es en realidad una mímica del deseo inconsciente, una expresión de lo reprimido.
Al principio, se lo concibió como la rememoración de un trauma; luego, se definirá como la expresión del cumplimiento de un deseo y la realización de un fantasma inconsciente que sirve al cumplimiento de ese deseo. En esta medida, es el retorno de una satisfacción sexual mucho tiempo reprimida; pero también es una formación de compromiso, en tanto la represión también se expresa en él. Los posfreudianos van a insistir notoriamente en este aspecto de “formación de compromiso”.
Lacan dice en 1958 que el síntoma “va en el sentido de un deseo de reconocimiento, pero este deseo permanece excluido, reprimido”, y que no es signo de una disfunción orgánica (como lo es para el médico y su saber): “viene de lo Real, es lo Real”. O más precisamente: “el síntoma es el efecto de lo simbólico en lo real”.
El síntoma no es una verdad que depende de la significación. Y, por ser “la naturaleza propia de la realidad humana”, la cura no puede consistir en erradicar el síntoma, en tanto efecto de la estructura del sujeto.
Pero ¿acaso no se tiene el derecho a esperar que la cura psicoanalítica haga desaparecer los síntomas? “Los neuróticos viven una vida difícil, y nosotros tratamos de aliviar su malestar… —dice Lacan—. Un análisis no debe ser llevado demasiado lejos. Cuando el analizante piensa que está feliz de vivir, ya es suficiente”.
Pero ya Freud se había enfrentado al enigma del poder de la palabra, de la apropiación de sí y del objeto; lo cual abrió un debate entre “enfermedad” y “curación”, ya que ésta implicaría un reconocimiento del límite de ese poder.
El síntoma neurótico es producido por el rechazo de la coacción que exige el acceso a la vida sexual. Al mismo tiempo que causa inhibición o angustia, alimenta el goce pregenital, ordenado en torno a los orificios del cuerpo y cuya fijación puede ser un obstáculo de la cura.
Freud subraya la incapacidad del hombre, animal desnaturalizado, para acceder a una sexualidad menos incierta, menos ambigua, menos conflictiva. El lugar del síntoma se ve desplazado para relacionarse con las condiciones generales de nuestro acceso al sexo.
Si el inconsciente es efecto de lenguaje, la cura solo dispone de la palabra, la formación neurótica se deja descifrar como una concreción literal y la pulsión es un montaje gramatical, conviene reconocer a la lengua el poder de determinar nuestro destino; en todos los casos, sintomático.
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