Término creado por Richard von Krafft-Ebing en 1886, a partir del apellido del escritor austríaco Leopold von Sacher-Masoch (1835-1895). Designa una perversión sexual en la cual la satisfacción surge del sufrimiento vivido y expresado por el sujeto en estado de humillación (incluyendo golpes, flagelación, humillación física y moral, etc.).
En principio, el concepto pertenece al vocabulario de la sexología, pero fue retomado por Sigmund Freud y sus seguidores en el marco general de una teoría de la perversión. Fue acoplado al término “sadismo”, formando un nuevo vocablo, “sadomasoquismo”.
Freud extendió la noción al reconocer elementos masoquistas en muchos comportamientos sexuales, y hasta rudimentos en la sexualidad infantil (este masoquismo generalmente cede ante la represión; a partir de allí, subsiste en el inconsciente en forma de fantasmas). También, al describir formas derivadas de él, especialmente el llamado “masoquismo moral”, en el que el individuo, merced a un sentimiento de culpabilidad (inconsciente), busca permanentemente ocupar el lugar de víctima, sin que se halle directamente implicado un placer sexual.
En “El problema económico del masoquismo” (1924), Freud distingue tres formas: erógeno, femenino y moral. Este último parece fácil de delimitar (es el de esos sujetos que no esperan su sufrimiento de un compañero, sino que se las arreglan para obtenerlo de diversas circunstancias de la vida); los otros dos pueden y suelen prestarse a equívocos.
Lo erógeno no se trata de una forma clínicamente delimitable del masoquismo, sino de una condición que se halla en la base de la perversión masoquista y que se encuentra también en el moral: el vínculo del placer sexual con el dolor. El término “masoquismo femenino” hace pensar en un “masoquismo de la mujer”, incluso constitutivo; pero, dentro de la teoría de la bisexualidad, representa una posibilidad inmanente en todo ser humano.
Otros dos conceptos clásicos son masoquismo primario y masoquismo secundario. El primero sería un estado en el que la pulsión de muerte aún se dirige sobre el propio sujeto, aunque ligada por la libido y unida a ésta. El secundario consiste en una vuelta del sadismo hacia la propia persona, que se añade al masoquismo primario.
Lacan se interesó en el tema. Intentó demostrar que, al hacerse objeto, desecho, el masoquista busca provocar la angustia del Otro, un Otro que hay que situar más allá del compañero del perverso; un Otro que, en el límite, se confundiría con Dios. Hay una inclinación hacia el masoquismo en todo sujeto, en la medida en que el Otro, en el que cada uno busca el sentido de la existencia, el Otro al que le planteamos la cuestión de nuestro ser, no responde. A partir de ahí, el sujeto supone lo peor y nunca está seguro de existir ante los ojos del Otro, salvo al sufrir.
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