El colecho (cododo, en francés; co-sleeping, en inglés) es una disposición familiar para dormir en la que la cercanía entre el niño pequeño y sus padres es suficientemente grande como para que estos últimos (y más particularmente la madre, sobre todo durante los primeros tiempos) perciban las señales que puede emitir el niño, y que, correlativamente, el niño perciba las señales emitidas por los padres.
Esta cercanía física no significa obligatoriamente que el niño duerma en la cama de sus padres (lo que los anglosajones llaman bed-sharing o family bed). Ésta es sólo una de las tantas modalidades de sueño compartido, que, en realidad, permite una gran flexibilidad: niños en la cama de los padres, niños en un colchón en el piso o en una pequeña cama al lado de la de los padres, niños en una cama tipo side-car, etc.
Incluso las modalidades pueden variar a lo largo del tiempo, según las edades que atraviese el niño. Pueden también variar a lo largo de la noche: el niño puede comenzarla en un cuarto aparte y luego ser llevado al cuarto de los padres; o bien la madre puede empezar la noche con su compañero y reunirse con el niño durante la noche.
Nuestra cultura occidental ha instituido como una suerte de dogma la separación precoz, sin tener en cuenta las necesidades del pequeño ser humano, cuya maduración requiere un largo desarrollo. En cambio, para los practicantes y los teóricos del colecho (que en los últimos tiempos se ha puesto de moda en Francia y otros países de Europa), los brazos de sus padres, su presencia tranquilizadora, son necesarios para darle esa base de seguridad afectiva que le permitirá reponerse de todas las angustias de la jornada. Esta tranquilidad dejará a sus neuronas “recargarse”, y él podrá despertarse fresco y mejor dispuesto para un día nuevo.
En muchas culturas, es una práctica normal y corriente, cuyos buenos resultados recién se empiezan a estudiar seriamente. Sobre todo, en relación con los famosos “problemas del sueño”, que obsesionan tanto a los padres.
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