Objeto causa del deseo, según J. Lacan. El objeto a no es un objeto del mundo; no es representable como tal, no puede ser identificado sino bajo la forma de “esquirlas” fragmentos brillantes, brillos parciales del cuerpo, reducibles a cuatro: el objeto de la succión (seno), el objeto de la excreción (heces), la voz y la mirada.
Esta expresión a veces se transcribe como objeto pequeño a (en inglés, “object little a”), pero Lacan insistió en que quedara sin traducir, adquiriendo así, en cierto modo, “el estatuto de un signo algebraico”.
De hecho, el símbolo a (que es la primera letra de la palabra autre, “otro” en francés) es uno de los primeros signos algebraicos de la obra de Lacan. Fue introducido en 1955, en relación con el esquema L. Siempre en minúscula, preferentemente cursiva, para indicar que designa al “pequeño” otro, en oposición a la “A” mayúscula, del gran Otro.
Y, a diferencia del gran Otro, que es una otredad radical e irreductible, el pequeño otro es “el otro que no es otro en absoluto, puesto que está esencialmente unido con el yo, en una relación que siempre refleja, intercambiable”. En el esquema L, entonces, a y a’ designan indiscriminadamente el yo y al semejante/imagen especular; por ende, pertenece al orden imaginario.
En 1957, cuando Lacan propone el matema del fantasma, el objeto a empieza a concebirse como objeto del deseo; es el objeto parcial imaginario, un elemento que se imagina como separable del resto del cuerpo. Lacan también comienza a diferenciar entre a, el objeto del deseo, y la imagen especular. El objeto a es el objeto del deseo que buscamos en el otro.
Luego de 1963, el objeto a adquiere cada vez más las connotaciones de lo real; en 1973 Lacan aún afirma que también es imaginario. A partir de entonces, va a designar el objeto que no puede alcanzarse nunca y que es realmente la causa del deseo (no aquello hacia lo que el deseo tiende); Lacan lo llama “el objeto-causa” del deseo. El objeto a sería todo objeto que pone en movimiento el deseo; especialmente, los objetos parciales que definen las pulsiones.
Va a desempeñar una función cada vez más importante en la concepción lacaniana de la cura; en esta, el analista debe ubicarse como semblante de objeto a, causa del deseo del analizante.
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