En su Curso de lingüística general, Ferdinand de Saussure (1857-1913) se dedica al estudio del lenguaje hablado por sobre el escrito, dado que el primero aparece antes (y siempre), tanto en el individuo como en la historia de las sociedades.
En ese marco, la escritura se concibe una representación del lenguaje hablado, a veces utilizada como término de comparación, pero nunca como objeto principal de estudio. A su vez, el significante, la “imagen acústica”, es una realidad puramente psíquica, no material ni gráfica, etc.
En la década del cincuenta, Lacan retoma la obra de Saussure, pero adaptándola con mucha libertad a sus propios fines. Considera la “letra” no como mera representación gráfica de un sonido, sino como la base material del lenguaje mismo: “Llamo letra al soporte material que el discurso concreto toma del lenguaje”.
La letra, entonces, se conectada con lo real, un sustrato material en el que se apoya el orden simbólico. El concepto de materialidad implica, para Lacan, las ideas de indivisibilidad y de localidad; la letra es, por ende, “la estructura esencialmente localizada del significante”.
En tanto elemento de lo real, la letra en sí carece de sentido. El significante, por su parte, persiste como una letra sin sentido que marca el destino del sujeto y que él debe descifrar. Como lo demuestra el ejemplo del caso freudiano del “hombre de los lobos”, la letra esencialmente es lo que retoma, se repite e insiste constantemente en inscribirse en la vida del sujeto.
Lacan va a ilustrar esta repetición con el famoso relato “La carta robada”, de Edgar Allan Poe (jugando con el doble sentido de la palabra francesa “lettre”, que también significa “carta”, como el inglés “letter”). Lacan propone el cuento de Poe —sobre un documento escrito (una carta/letra) que pasa por varias manos— como una metáfora del significante, que circula entre diversos sujetos, asignando una posición estructural a todo aquel que es “poseído” por él (independientemente de su “voluntad” o su “conciencia”).
Dado el rol de la letra en el inconsciente, el analista no debe concentrarse en el “sentido” o la “significación” del discurso del analizante, sino en sus propiedades formales; tiene que leer la palabra de este como si fuera un texto, “a la letra” (literalmente). Por esto hay una íntima relación entre la letra y la escritura: aunque ambas se ubican en el orden de lo real, y por lo tanto comparten la falta de sentido, dice Lacan que la letra es lo que uno lee, por oposición a lo escrito, que no está destinado a ser leído.
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