Wilhelm Reich (1897-1957) fue un gran psiquiatra y psicoanalista de origen austriaco, que murió en Estados Unidos. Considerado por unos un revolucionario y por otros un delirante (o ambas cosas…), sus investigaciones lo condujeron a independizarse de toda corriente institucional.
Sus teorías sobre la importancia central de la libido en la historia social (e incluso política) y el desarrollo individual fueron una de las bases de los movimientos de rebeldía juvenil de la década del sesenta. De hecho, su libro más famoso es La función del orgasmo.
En La psicología de masas del fascismo, otra de sus obras esenciales, se ocupó de relacionar el marxismo con el psicoanálisis, para tratar de lograr una síntesis que pudiera explicar uno de los fenómenos sociopolíticos más abrumadores del siglo XX.
Reich se preguntaba por el porqué de un hecho innegable, aunque a primera vista incomprensible: “el fascismo, que por sus objetivos y su esencia se presentaba como la expresión más extrema de la reacción política y económica, se había convertido en un fenómeno internacional y en muchos países hacía retroceder, de modo manifiesto e innegable, a los movimientos socialistas revolucionarios”.
Si una de las tesis fundamentales de Marx (que la revolución iba a producirse en los países más industrializados) era inexacta, se hacía necesaria una reorientación del movimiento obrero que le permitiera alcanzar sus fines. Si no, era imprescindible un análisis profundo y detallado de las causas de ese fracaso crónico del movimiento obrero; y, concomitantemente, había que explicar la génesis de un movimiento de masas totalmente nuevo, como lo era el fascismo.
El camino que va a intentar seguir Reich para hacer esto es “partir del movimiento obrero para explicar dónde se dan las convergencias entre los problemas que específicamente se relacionan con la economía sexual y aquellos que, de un modo más general, se refieren a la sociología”.
Adelantando un poco sus conclusiones, Reich propondrá que “la política marxista no había tenido en cuenta en su práctica política la estructura caracterológica de las masas y los efectos sociales del misticismo”. Los marxistas no observaron con suficiente atención los “factores subjetivos” de la historia, la ideología de masas en su evolución y en sus contradicciones.
Reich observa con sagacidad que el marxismo, el materialismo dialéctico como teoría creada por Marx y Engels, había degenerado en un “marxismo vulgar”, burdamente mecanicista y superficial.
Nadie se preocupaba por examinar fenómenos nuevos, como el fascismo, que ni Marx ni Lenin habían conocido.
La base de masas del fascismo, la pequeña burguesía sublevada, no solamente había movilizado a las fuerzas regresivas, sino también a parte de las progresistas; y nadie había advertido esta contradicción.
El fracaso del movimiento obrero se debía, entre otras cosas, al desconocimiento de todas las fuerzas que retardan el progreso social. ¿Cómo fue posible que las masas empobrecidas se pasaran al nacionalismo?
Desde un punto de vista racional, se hubiera esperado que las masas trabajadoras empobrecidas desarrollaran una aguda conciencia de su situación social y trataran de ponerle fin. Sin embargo, la divergencia entre la situación social de las masas trabajadoras y la “conciencia” que ellas tenían de esa situación no condujo a un mejoramiento, sino a un deterioro de su condición. Y fueron precisamente las masas empobrecidas las que ayudaron a la instalación del fascismo.
Por este camino, se puede sospechar que el problema tiene que ver con el papel de la ideología y la actitud emocional de las masas en tanto que factor histórico: el efecto de reacción de la ideología sobre la base económica (y no al revés, como lo pretende un seudomarxismo, determinista y mecanicista).
¿Qué impide la armonía entre la situación económica y la ideológica, una armonía que lleve a la rebeldía y a la revolución social?
Para empezar, hay que desembarazarse de los conceptos marxistas vulgares; sobre todo, de aquellos que afirman que la “ideología” y la “conciencia” de los hombres (superestructura) están determinadas exclusiva y directamente por el ser económico (base).
No se puede rechazar sin más la influencia de los factores psicológicos, como meramente determinados por la base económica. Hay que analizarlos en su dinámica propia, que produce sus propios efectos específicos en cada situación histórica.
De ahí que Reich proponga una “psicología política” capaz de poner al descubierto el proceso psicológico del hombre, de aprehender el “factor subjetivo”, que escapa al entendimiento del marxismo vulgar. Y de estudiar a “los individuos reales —como decía Marx—, su acción y sus condiciones materiales de vida, tanto las ya preexistentes como las que han sido engendradas por la acción”.
Wilhelm Reich afirma que no pretende contradecir a Marx, ya que este, en efecto, había afirmado que “Todas las circunstancias que afectan al hombre” lo condicionan, lo cual implica tanto los procesos de producción como los aspectos más personales, los más privados de la vida impulsiva y de la vida humana; y, desde ya, la vida sexual.
Por eso era tan importante para él integrar a la sociología no sólo los datos económicos, sino también los afectivos y los sexuales.
Lo que estaban en juego es que, para que una ideología pueda actuar “en reacción sobre el proceso económico”, es necesario que antes se haya convertido en un “poder material”.
¿Por cuál camino se produce esto? ¿Cómo es posible que un estado ideológico (por ejemplo, una “teoría”) pueda originar efectos materiales, conmocionar la historia hacia un lado o hacia el otro?
La respuesta a esta pregunta podría resolver también el problema de la psicología reaccionaria de las masas, como es el caso del fascismo.
La ideología de cada formación social no tiene como función solo reflejar el proceso económico, sino que también se enraizaría en las estructuras psíquicas de los hombres de cada sociedad. En esas estructuras, se desarrolla una antinomia que responde a la contradicción entre las repercusiones de su situación material y las de la estructura ideológica de la sociedad.
Así, en los hombres, la ideología adopta el carácter de una fuerza activa, de un poder material. Y así se explica el efecto reaccionario de la ideología de una sociedad sobre la base social de la que ha surgido.
Las estructuras caracterológicas que corresponden a una situación histórica dada se constituyen, esencialmente, en la primera infancia, y son mucho más conservadoras que las fuerzas productivas técnicas. Por eso son más lentas en cambiar: van retrasándose en relación con las condiciones sociales que las engendran, las que evolucionan más rápidamente y entran en conflicto con las formas ulteriores de vida.
Esto produce el sempiterno conflicto con la tradición, es decir, entre la antigua situación social y la nueva.
Si la situación económica se trasladara de manera inmediata y directa a la conciencia política, la revolución social se habría realizado hace mucho tiempo.
Si se parte de esta divergencia entre conciencia y situación social, habrá que estudiar la sociedad desde una nueva perspectiva. Para la psicología social, el problema no es determinar las motivaciones que impulsan al hombre hambriento o explotado al robo o a la huelga; lo que intenta explicar es por qué la mayoría de los hambrientos no roba y por qué la mayoría de los explotados no va a la huelga.
Tanto el marxismo vulgar como el economicismo (que suelen rechazar la psicología, por lo menos la tradicional) se hallan desarmados frente a este tipo de contradicciones.
El pensamiento y la acción “irracionales” de las masas que parecen estar en desacuerdo con la situación socioeconómica de la época surgen de una situación más antigua.
No se trata de saber si existe la conciencia social en el trabajador o de qué modo se manifiesta, sino de ver qué es lo que entorpece el desarrollo de esa conciencia. ¿Por qué los trabajadores “no han abierto los ojos”?, ¿por qué fueron “seducidos” o “manipulados”?, etc.
El trabajador promedio, para Reich, lleva en sí mismo la contradicción, no es netamente revolucionario ni netamente tradicionalista, se encuentra en una situación de conflicto: su estructura psíquica deriva, por un lado, de su situación social, que debería llevarlo a actitudes revolucionarias; y, por el otro, de la atmósfera general de una sociedad en sí autoritaria. Y ambas influencias, por supuesto, son antagónicas.
Algo similar sucede con las “clases medias”: si, en caso de crisis, se rebelaran contra el “sistema”, no sería asombroso; pero el hecho de que, aun estando arruinadas, se alíen con la derecha, e incluso con la extrema derecha, no se explica directamente por causas socioeconómicas. Ellas también se encuentran en un conflicto entre el sentimiento de rebelión y los contenidos reaccionarios con que fueron formadas.
Sería tener una muy mala opinión de las masas si se las creyera capaces de dejarse, simplemente, “cegar”. En realidad, todo orden social produce en la masa las estructuras de que tiene necesidad para alcanzar sus fines principales. Hay una correlación esencial entre la estructura de la sociedad y la estructura psicológica de sus miembros.
Las contradicciones de la estructura económica de una sociedad tienen su raíz en la estructura psíquica de los oprimidos, de la que se ocupa la psicología de masas.
Lo que intenta Reich es que el descubrimiento de ese antagonismo desemboque necesariamente en una práctica que oponga, a las fuerzas psíquicas conservadoras, nuevas fuerzas revolucionarias.
¿Cuál es el origen de la habitual sumisión del oprimido? Los “místicos” la explican por la naturaleza moral, inmutable, del hombre, que constituye un obstáculo para la rebelión contra las instituciones divinas, la autoridad del Estado y sus representantes, etc.
A los marxistas vulgares, estos fenómenos no les interesan demasiado.
Los freudianos se han acercado mucho más a una explicación, por supuesto, al asociar ese comportamiento con el sentimiento de culpabilidad adquirido ya durante la infancia, frente a todas las personas que representen al padre.
Claro que esto no dice mucho sobre el origen y la función social de esa conducta y, por lo tanto, no ofrece ninguna solución práctica.
De lo que se trata, según Reich, es de tratar de entender la relación entre ese comportamiento sumiso, y la represión y las deformaciones de la vida sexual de las masas.
La economía sexual es una parte importante de la sociología de la vida sexual humana, que ha logrado aclarar ciertos hechos por la aplicación de algunos fundamentos, como los siguientes.
Marx ya afirmaba que la servidumbre de la clase oprimida por los propietarios de los medios de producción no se efectúa casi nunca (o solamente) por la fuerza bruta: su arma principal es su poder ideológico sobre los oprimidos, sostenido eficazmente por el aparato del Estado.
Luego, Freud halló que la conciencia no es más que una pequeña parte del campo psíquico; en realidad, está condicionada mayormente por procesos psíquicos inconscientes. A esto, agregó el gran descubrimiento de una sexualidad infantil muy activa, totalmente independiente de la función de reproducción. La sexualidad (o, mejor dicho, la energía llamada libido, que es de origen somático) es el motor central de la vida del “alma”. Pero la sexualidad infantil es reprimida, porque el niño teme que sus padres lo castiguen por ella (la “angustia de castración”).
Las instancias morales en el hombre no tienen un origen divino, sino que son el resultado de las medidas “pedagógicas” (sobre todo, la represión sexual) que, desde la primera infancia, toman los padres o sus representantes.
Todos estos descubrimientos no pudieron ejercer toda su influencia posible, porque la sociología psicoanalítica les sacó la mayoría de lo que tenían de revolucionarios y progresistas.
Las investigaciones de Reich (afirma él mismo) no se limitan a un intento de completar a Marx con Freud o a Freud con Marx, o de hacer una especie de amalgama de los dos. Se trata de construir una psicología de masas y una sociología sexual a la vez.
El psicoanálisis revela los efectos y los mecanismos de la represión y la inhibición sexuales, así como sus consecuencias patológicas. La sociología basada en la economía sexual quiere ir más allá: ¿por qué motivo (de orden social) está reprimida la sexualidad en la sociedad e inhibida en el individuo?
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