Al clasificar la hipocondría entre las “neurosis actuales”, Freud consideró que no era de la competencia del psicoanálisis, sino de la patofisiología; en particular, porque creyó que en ella no existía la posibilidad de transferencia. Sin embargo, esta afirmación fue puesta en cuestión por la mayoría de los analistas que se dedicaron posteriormente a ella.
La hipocondría parece constituir una especie de encrucijada en la que convergerían la psicología, la patofisiología, y también la mayor parte de las grandes estructuras mentales, como la paranoia, la neurosis obsesiva, la parafrenia, etc. Su delimitación sería, entonces, aun más incierta que la de la fobia.
Parecería que el hipocondriaco quiere mostrarse no en una escena, como la histérica, sino en un “hacerse ver” de segundo grado: quiere mostrarnos el funcionamiento de sus órganos… Se trata de una regresión a la posición “oral-sádica”, en correlación con una personalidad constituida sobre una modalidad “anal retentiva”.
Para Rosenfeld, la regresión hipocondríaca está vinculada a un trastorno profundo del narcisismo originario. Hasta se podría afirmar que la hipocondría es la “vía regia” que conduce hacia esta modalidad de narcisismo; claro que se trata de un narcisismo originario patológico.
Ferenczi se interesó mucho en la hipocondría; según él, su estructura también está dominada por el erotismo anal. Para Schilder, en cambio, el hipocondríaco tiende a una despersonalización total; ésta se parece lo que Melanie Klein llamaba “el cuerpo despedazado”. El peor error en el que puede caer un médico es acentuar esa fragmentación, que es lo que exige el hipocondríaco: más exámenes, más análisis, más diagnósticos (siempre errados)… La fragmentación constituiría una defensa con la que el hipocondríaco preserva su narcisismo originario desfalleciente. Está constantemente ocupado en impedir que se rompa ese equilibrio defensivo. El esquema de defensa del paciente hipocondríaco es paranoide (más exactamente, esquizo-paranoide, en el sentido de Klein).
El médico al que el hipocondríaco se dirige, exigente, no es para él un padre sino una madre, naturalmente consagrada a intrusiones en el cuerpo del niño. Él le demanda que preste atención a lo que dice, a lo que hace, a lo que es. Para él cuenta más que nada la receta en sí, más que el contenido de esa receta. Acumula medicamentos que no ha utilizado nunca. Sea cual fuere el producto prescrito, “nunca es eso”. Parafraseando una fórmula de Lacan, “Yo te demando que rechaces lo que te ofrezco porque no es eso”, se podría decir que el hipocondríaco rechaza todo lo que se le ofrece, aunque lo haya pedido (y quizás justamente por eso mismo).
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