La palabra “fetiche” comenzó a difundirse en el siglo XVIII, con el estudio de las religiones llamadas primitivas, en las cuales designaba un objeto (inanimado) de culto.
Marx retomó la palabra para describir cómo, en las sociedades capitalistas, las relaciones sociales adoptan la forma (ilusoria) de relaciones entre cosas, el “fetichismo de la mercancía”.
Krafft-Ebing, a fines del siglo XIX, aplicó por primera vez el término a la conducta sexual; definió el fetichismo como una perversión sexual en que la excitación depende de la presencia de un objeto específico. Freud (y otros estudiosos de la sexualidad) adoptaron aproximadamente esta definición.
El fetiche es, generalmente, un objeto inanimado; por ejemplo, un zapato o una prenda interior (femenina, ya que sería una perversión casi exclusiva de los varones), para citar los más frecuentes u obvios.
Freud propuso que el fetichismo se originaba en el horror del niño ante la castración femenina; enfrentado con la falta de pene de la madre, el fetichista reniega esta falta y halla un objeto, sustituto simbólico de ese pene.
Lacan se interesó mucho en el tema y destacó que la equivalencia entre el fetiche y el falo materno solamente puede entenderse en referencia a transformaciones lingüísticas, y no a analogías, necesariamente vagas, en el campo visual (por ejemplo, entre una tela y el vello púbico): el fetiche tiene más que ver con la metonimia que con la metáfora. También enfatizó que fetiche es un sustituto del falo, y no del pene; y amplió el alcance del mecanismo de renegación, en tanto operación constitutiva de la perversión en general (no sólo de la fetichista). Coincidió, sí, en que era muy rara en las mujeres.
Lacan desarrolló una distinción importante entre el objeto fetiche y el objeto fóbico; si el primero es un sustituto simbólico del falo faltante de la madre, el segundo es un sustituto imaginario de la castración simbólica.
Como todas las perversiones, el fetichismo tiene sus raíces en el triángulo preedípico madre-hijo-falo, pero se singulariza en que involucra simultáneamente la identificación con la madre y con el falo imaginario (el sujeto, de hecho, oscila entre estas dos identificaciones).
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