El estadio del espejo fue expuesto por Lacan en el XIV Congreso Psicoanalítico Internacional de Marienbad, en 1936, y sería un punto de referencia constante en toda su obra, con una creciente complejidad.
El “test del espejo” es un experimento que permite diferenciar al infante humano de su pariente animal más cercano, el chimpancé. El niño de seis meses queda fascinado con su reflejo especular y lo considera alegremente como su propia imagen, mientras que el chimpancé comprende con rapidez que la imagen es ilusoria y pierde todo interés en ella.
El concepto lacaniano del estadio del espejo representa un aspecto fundamental de la estructura de la subjetividad. En principio, lo considera una etapa limitada a un momento específico del desarrollo del infante, entre los seis y los dieciocho meses. Luego, ya a principios de la década del cincuenta, empieza a estudiarlo como representativo de una estructura permanente de la subjetividad, paradigma del orden imaginario, un estadio en el cual el sujeto es permanentemente captado y cautivado por su propia imagen (muy relacionado con el mito de Narciso, que se enamoró de su propio refeljo).
En 1956 afirma: “El estadio del espejo está lejos de ser un mero fenómeno que se produce en el desarrollo del niño. Ilustra la naturaleza conflictiva de la relación dual”.
El estadio del espejo remite a la formación del yo mediante el proceso de la identificación: el yo sería el resultado de identificarse con la propia imagen especular.
El infante ve su propia imagen como un todo, y esta imagen produce un contraste con la falta de coordinación de su cuerpo, que es experimentado como fragmentado; para resolver esta tensión agresiva, el sujeto se identifica con la imagen; esta identificación primaria con lo “semejante” es lo que da forma al yo.
Por lo tanto, el estadio del espejo demuestra que el yo es producto del desconocimiento e indica el sitio donde el sujeto se aliena de sí mismo. Representa la introducción del sujeto en el orden imaginario. (Esta identificación también involucra al yo ideal, que funciona como una promesa de totalidad y sostiene al yo en la anticipación.)
Sin embargo, también hay en esto una importante dimensión simbólica: el orden simbólico está presente en el adulto que lleva o sostiene al niño. Inmediatamente después de haber asumido su imagen como propia, el infante vuelve la cabeza hacia ese adulto, quien va a representar al gran Otro, como si le pidiera que (quizás mediante la palabra) ratificara esa imagen.
Deja un comentario
Lo siento, tenés que estar conectado para publicar un comentario.