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Imaginario

Publicado por Jorge Grippo
el 05-06-2012.

Lacan utilizó el sustantivo “imaginario” desde una fecha tan temprana como 1936; lo asoció con ilusión, fascinación y seducción, y más específicamente con la relación (dual) entre el yo y la imagen.

Lo imaginario, contrariamente a cierta tradición anterior, tiene consecuencias fuertes en lo real; no es algo que pueda ser “superado” o simplemente descartado. Desde 1953, el orden imaginario pasó a ser uno de los tres que constituyen el esquema triádico básico de la teoría lacaniana, junto con el simbólico y el real. La base del orden imaginario es la formación del yo en el estadio del espejo, y un aspecto muy importante de este orden es la identificación, ya que mediante ella se forma nada menos que el yo. Esta relación mediante la que el ego se constituye, por identificación con el pequeño otro, significa que el yo y el orden imaginario son sedes de una alienación radical. Por otro lado, la relación dual entre el yo y el semejante es fundamentalmente narcisista. El narcisismo siempre va acompañado de una cierta agresividad, por lo cual es el dominio de la imagen es la ilusión, el engaño. Las “ilusiones” principales de lo imaginario son: totalidad, síntesis, autonomía, dualidad y, sobre todo, semejanza. Lo imaginario sería el orden de las apariencias superficiales, los fenómenos observables (engañosos), que ocultan estructuras subyacentes; por ejemplo, típicamente, los afectos. Lo imaginario está estructurado por el orden simbólico; involucra también una dimensión lingüística: si el significante es la base del orden simbólico, el significado y la significación forman parte del orden imaginario. Es “el muro del lenguaje” que invierte y distorsiona el discurso del Otro. Lo imaginario tiene sobre el sujeto un poder seductor basado en el efecto cuasi hipnótico de la imagen especular; arraiga en la relación del sujeto con su propio cuerpo (con la imagen de este). Pero esa seducción también aprisiona al sujeto (lo sujeta) en fijaciones estáticas. Es de destacar que su “desconfianza” respecto de la imaginación sitúa a Lacan del lado del racionalismo (donde, por otra parte, él ubicaba a Freud). Lacan dice que el psicoanálisis consiste en el uso de lo simbólico, no de lo imaginario (relación dual con el analista). Usar lo simbólico es el único modo de desalojar las limitaciones de lo imaginario, y este uso, a su vez, es el único modo que tiene el proceso analítico de “atravesar el plano de la identificación”.

 

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