La formalización que hace Lacan de la función paterna consiste en un juego de sustitución en la cadena significante y organiza dos tiempos distintos que, en su conjunto, podrían describir el trayecto de una cura. El primer momento realiza la elisión del deseo de la madre, para sustituirlo por la función del padre, en tanto esta conduce, a través del llamamiento de su nombre, a la identificación con el padre y a la salida del sujeto del campo del deseo de la madre. Este primer momento es decisivo, ya que regula el porvenir de la dialéctica edípica; condiciona lo que se llama “la normalidad fálica”, es decir, la estructura neurótica que resulta de la inscripción de un sujeto bajo el impacto de la represión originaria.
En el segundo tiempo, el nombre-del-Padre, en tanto significante, duplica el lugar del Otro inconsciente. Dramatiza en su justo lugar la relación con el significante fálico, originariamente reprimido, e instituye la palabra bajo los efectos de la represión y de la castración simbólica; sin esta condición, un sujeto no podría asumir válidamente su deseo en el orden de su sexo.
El nombre-del-Padre, al venir simbolizar el falo (originariamente reprimido) en el lugar del Otro inconsciente, duplica la marca de la falta en el Otro y, por medio de efectos metonímicos ligados al lenguaje, instituye un objeto causa del deseo.
Así puede establecerse una correlación entre nombre-del-Padre y objeto causa del deseo; correlación que se traduce, para el sujeto, en una obligación de inscribir su deseo según el orden de su sexo; bajo este Nombre, el nombre-del-Padre, se reunirían la instancia del deseo y la Ley que lo ordena como un deber por cumplir.
El nombre-del-Padre significa aquí que el sujeto asume su deseo como consintiendo con la Ley del padre (la castración simbólica) y con las leyes del lenguaje (bajo el efecto de la represión originaria). Una deficiencia de esta operación se traduce clínicamente en la inhibición o la imposibilidad de satisfacer el deseo y sus consecuencias afectivas, intelectuales, profesionales o sociales.
Cuando Lacan afirma que el deseo es el deseo del Otro, debe entenderse que este deseo es prescrito por el Otro, forma reconocida de la deuda simbólica y de la alienación; y que, en cierto sentido, su objeto también le es arrancado al Otro.
El “nombre-del-Padre”, en tanto necesario para fundamentar la normalidad fálica, vuelve en la forma de lo necesario del síntoma en la estructura. La cuestión en la cura es, por ende, la posibilidad de levantar en parte la hipoteca de lo necesario en la estructura. Lacan sugirió que, si bien la cura permite la ubicación del nombre-del-Padre, su función es permitir al sujeto poder estar sin él.
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