El término y el concepto de “deseo” son quizás los más centrales en toda la obra de Lacan. Incuso alguien ha dicho, irónicamente, que “al parecer, desde que existe Lacan hay un solo Deseo”.
El término lacaniano “désir” traduce el alemán “Wunsch”, usado por Freud, pero hay que reconocerle una mucho mayor amplitud y abstracción que en el Maestro de Viena.
El deseo es, para Lacan (quizás como para Spinoza) el centro de la existencia humana y la preocupación central del psicoanálisis. Pero no se trata de cualquier clase de deseo, sino del deseo inconsciente; que, a su vez, es totalmente sexual.
En relación con esto, el objetivo de la cura psicoanalítica sería llevar al analizante a reconocer la verdad de su deseo; y sólo es posible reconocer el propio deseo cuando se lo articula en la palabra. Por eso, en psicoanálisis, lo importante es enseñar al sujeto a nombrar su deseo, articularlo, traerlo a la existencia (lo que implica que no está dado de antemano: al nombrarlo, el sujeto, en cierto sentido lo crea).
Sin embargo, hay límites para esta articulación, ya que existe una incompatibilidad fundamental entre el deseo y la palabra; esta incompatibilidad explica el carácter irreductible del inconsciente, que no puede conocerse. La palabra jamás expresa la verdad total del deseo; siempre queda un resto.
Por otro lado, no se debe confundir deseo con necesidad ni con demanda.
La necesidad es un instinto puramente biológico, que surge de exigencias del organismo y que se elimina totalmente (aunque en forma temporal) cuando es satisfecho.
Pero, para lograr la ayuda de quien puede dársela (el otro), el niño debe expresar sus necesidades de manera oral; es decir que la necesidad tiene que articularse como demanda.
Pronto, la presencia del otro adquiere importancia por sí misma, algo que va más allá de la satisfacción de la necesidad: su presencia simboliza su amor. Entonces, la demanda asume una doble función: articulación de la necesidad y pedido de amor.
Pero el otro no puede dar ese amor incondicional que el sujeto anhela. Por eso, aun después de que se satisfagan las necesidades articuladas en la demanda, el anhelo de amor persiste, insatisfecho: este resto es el deseo.
A diferencia de la necesidad, el deseo no puede ser satisfecho.
La distinción que Lacan hace entre necesidad y deseo sustrae totalmente a este del ámbito de la biología.
También es importante diferenciar el deseo de las pulsiones: el deseo es uno, las pulsiones son muchas. Es decir, las pulsiones son manifestaciones particulares (y parciales) de una fuerza única, el deseo.
De hecho, habría un solo objeto de deseo, el objeto a, que es representado por objetos parciales en diferentes pulsiones parciales. Pero el objeto a no es el objeto hacia el que tiende el deseo, sino la causa misma del deseo. El deseo no es una relación con un objeto, sino la relación con una falta.
El sentido de la fórmula lacaniana “El deseo humano es el deseo del Otro” (una de las más famosas) tiene varios sentidos, no necesariamente opuestos entre sí.
Por una parte, el deseo es esencialmente “deseo del deseo del Otro”, deseo de ser objeto del deseo de otro (y deseo de reconocimiento por parte de otro).
Por otra parte, el sujeto desea en tanto Otro; o sea, desea desde el punto de vista de otro. Lo que hace que un objeto sea deseable no es que posea alguna cualidad intrínseca, sino el que sea deseado por otro.
Ambas definiciones se relacionan: el deseo humano es deseo de reconocimiento porque, al desear lo que desea otro, puedo hacer que el otro reconozca mi derecho a poseer ese objeto y, así, que el otro reconozca mi superioridad sobre él.
El deseo es deseo del Otro, también, en el sentido de que el deseo fundamental es el incestuoso con respecto a la madre, el Otro primordial.
El deseo es siempre “deseo de alguna otra cosa”, ya que es imposible desear lo que ya se tiene. Por lo tanto, el objeto de deseo es pospuesto continuamente, es una metonimia.
El deseo surge, originalmente, en el campo del Otro; es decir, en el inconsciente. Esto equivale a decir que el deseo es un producto social; se constituye en una relación (dialéctica) con los deseos percibidos de otros sujetos.
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