La concepción psicoanalítica de la cura se fue construyendo, a lo largo de su historia, en contra de las nociones tradicionales, ya sea de la medicina primero, en épocas de Freud, ya sea de otras teorías psicoterapéuticas, como la psicología del yo.
Por eso, algo esencial en la formulación lacaniana es caracterizar la cura desde una perspectiva completamente diferente de sus efectos “terapéuticos”: la cura debe darse “por añadidura”.
Corrientes teóricas de cierta importancia, como la estaodunidense “psicoanálisis del yo”, afirmaron que la curación debía asegurar el dominio de la pulsión mediante un refuerzo del yo; obviamente, el objetivo que se buscaba es una suerte de adaptación del individuo a la realidad, e incluso a la sociedad, como en la “ingeniería social” de la que tanto abominaba Lacan.
Precisamente, este va a contraponerles que la teoría y la práctica psicoanalíticas exigen una crítica radical de toda concepción de “fuerza del yo”, ya que la dirección de la cura se fundamenta en la estructura de un sujeto que, en tanto sujeto de la palabra, está constituido a partir de su carencia.
Ya Freud, en “Análisis terminable e interminable”, había identificado como obstáculos para la cura la castración en el hombre y la envidia del pene en la mujer. Freud explicaba que, en el momento en que un análisis parecería llegar a su fin, suele surgir una resistencia más fuerte que todas las anteriores. El análisis tropezaría contra la “roca de la castración”, lo que impide llevarlo a un verdadero término.
El carácter estructural de estas carencias excluye toda concepción de la cura entendida como búsqueda y consecución de un dominio yoico. Lacan, en cambio, la va a caracterizar como el desarrollo de una relación dialéctica entre la aspiración narcisista del objeto a y el polo de la palabra, representado por el A.
En particular, dice que, si el psicoanálisis deshace las identificaciones, las idealizaciones a las que el sujeto se aferraba, este al fin encuentra su ser en la forma del objeto a. Este, que hacía de “tapón” al vacío de su deseo, era en definitiva él mismo. Al fin del proceso, el sujeto puede verificar que él se había hecho objeto del Otro, al menos en su fantasma; pero, para el hombre, es el fantasma el que organiza la realidad.
El fin del análisis sería, entonces, un “atravesamiento del fantasma”.
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