Hay diversas teorías de la comunicación en la lingüística y la semiótica modernas, pero casi todas ellas tienen características comunes.
Generalmente, implican una relación más o menos simétrica entre dos individuos: hablante-oyente (Saussure), emisor-receptor o destinador-destinatario (Bühler, Jakobson), enunciador-enunciatario (Ducrot), que podrían intercambiar sus roles sin que el proceso (muy simple) se altere en lo sustancial, y que comparten, en su mayor parte, un mismo código (conjunto de signos y reglas para combinarlos). Este proceso, por otra parte, implica también un alto grado de conciencia o intencionalidad, con el efecto de transmitir un mensaje que va de un individuo a otro sin alterarse demasiado.
Hay muchos cuestionamientos a este tipo de esquemas, desde las de Catherine Kerbrat (que introduce, entre otras cosas, las “determinaciones psi”) hasta las de Mijaíl Bajtín (que supo ver cómo el “otro” condiciona el enunciado desde antes de su producción, adelantando así las propuestas del psicoanálisis lacaniano).
Precisamente, estas características son cuestionadas por la experiencia de la comunicación en el tratamiento psicoanalítico. La palabra posee una intencionalidad que va más allá de lo consciente; y el que habla no sólo dirige su “mensaje” a otra persona, sino también a sí mismo. “En la palabra humana, el emisor es siempre al mismo tiempo un receptor”, dice Lacan.
Cuando el analizante le habla al analista, también está dirigiéndose un mensaje a sí mismo, justamente la parte inconsciente de ese mensaje y, por ende, la más importante. La tarea del analista, correlativamente, consistiría en hacer que el analizante “oiga” el mensaje que está dirigiéndose a sí mismo inconscientemente; al interpretar lo que dice el analizante, el analista permite que el mensaje vuelva a aquel en su dimensión verdadera, crucial, que es la inconsciente.
De aquí el célebre apotegma que expresa un supuesto “modelo lacaniano de la comunicación”: “El emisor recibe su propio mensaje del receptor en forma invertida”. Y de ahí que se diga habitualmente que, para Lacan y los lacanianos, “la comunicación es imposible”. En realidad, aquella definición se refiere más que nada a la comunicación analítica.
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