Un objeto transicional es algún objeto o fenómeno “que llega a adquirir una importancia vital para el bebé en el momento de disponerse a dormir, y que es una defensa contra la ansiedad, en especial contra la de tipo depresivo”. Esta noción fue introducida por el psicoanalista de la “escuela británica” D. W. Winnicott. Puede ser, según Winnicott, un objeto blando o de otro tipo (el típico osito de peluche), un puñado de lana, la punta de un edredón, una palabra, una melodía, etc.
Este objeto remplaza ciertas funciones de la madre cuando ésta está ausente. Constituye una fuente de placer y de seguridad para el infante, que suele apretarlo, tenerlo cerca y hablarle. Le permite constituir un área intermedia (transicional) entre él mismo y otra persona, o entre él mismo y la realidad.
El objeto transicional es a la vez objetivo y subjetivo: objetivo, porque se trata de un objeto “real”; subjetivo, porque se le atribuyen funciones en el campo de la imaginación. Correlativamente, es un objeto a la vez interior y exterior, y crea un espacio entre estas dos instancias.
Winnicott destaca cinco puntos destacables sobre el objeto transicional: 1. Representa el pecho materno o el objeto de la primera relación. 2. Es anterior a la prueba de realidad. 3. En relación con el objeto transicional, el bebé pasa del dominio omnipotente (mágico) al dominio por manipulación (que implica el erotismo muscular y el placer de la coordinación). 4. A la larga, el objeto transicional puede convertirse en un objeto fetiche y, por lo tanto, persistir como una característica de la vida sexual adulta. 5. A consecuencia de la organización erótica anal, el objeto transicional puede representar las heces.
El objeto transicional implica el recorrido del niño desde la subjetividad pura a la objetividad, desde la indiferenciación con la madre a la aceptación de ésta como un objeto exterior, con el cual puede establecer una relación objetal.
Pero hay que reconocer que, en cierto sentido, este recorrido nunca termina del todo. “La tarea de aceptación de la realidad nunca queda terminada —dice Winnicott—… Ningún ser humano se encuentra libre de la tensión de vincular la realidad interna con la externa. El alivio de dicha tensión lo proporciona una zona intermedia de experiencia que no es objeto de ataques (las artes, la religión, etc.).”
Se infiere que, para este autor, los fenómenos transicionales no representan una mera etapa ni se limitan al uso de un objeto en sí, sino que constituyen una zona de experiencia que permanece toda la vida, y cuya ausencia puede conducir a los extremos de una existencia puramente subjetiva (la locura) o de una absolutamente adaptada a una supuesta realidad exterior objetiva que el individuo no contribuye a crear.
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