En psiquiatría, las alucinaciones suelen ser definidas como “percepciones falsas”, es decir, como aquellas que se producen en ausencia de un estímulo externo “adecuado”. (El Diccionario de la Real Academia dice, de manera similar, “sensación subjetiva que no va precedida de impresión en los sentidos”.)
Lacan consideraba que las definiciones de este tenor no eran las más apropiadas, ya que ignoraban las importantes dimensiones del sentido y la significación de las alucinaciones (así como eran imprecisas en cuanto a su origen).
Las alucinaciones, ciertamente, son fenómenos más característicos de la psicosis; por lo general, son auditivas (el sujeto “oye” voces), pero también pueden ser visuales, táctiles, olfativas, gustativas, somáticas.
Según Lacan, las alucinaciones típicas de las psicosis son consecuencia de la operación que él denomina “forclusión”. Esta designa principalmente la ausencia del nombre-del-Padre en el universo simbólico del sujeto (psicótico). La alucinación sería el retorno de este significante forcluido en la dimensión de lo real: “Lo que no ha surgido a la luz en lo simbólico aparece en lo real”.
La alucinación no debe ser confundida con la proyección, que para Lacan es un mecanismo más propio de la neurosis que de la psicosis. En esta diferenciación, Lacan suscribe el análisis que Freud hace de las alucinaciones del presidente Schreber: “Era incorrecto decir que la percepción suprimida internamente se proyectaba hacia afuera; la verdad es, más bien, como ahora vemos, que lo abolido internamente retornaba desde afuera”. En esta cita freudiana, se ve claramente la diferencia entre proyección (de adentro hacia afuera) y alucinación (de afuera hacia adentro).
De todas maneras, aunque las alucinaciones son mucho más generalmente asociadas con la psicosis, en otro sentido tienen un importante rol en la estructura del deseo de todos los sujetos. De hecho, Freud sostenía al respecto que “el primer deseo parece haber sido una investidura alucinatoria del recuerdo de la satisfacción”.
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