Jacques Lacan sitúa la agresividad en la relación (dual) entre el yo y el semejante. En el estadio del espejo, el infans ve su reflejo en el espejo como una totalidad, incluso contrastando con la falta de coordinación del cuerpo real.
Este contraste sería experimentado como una tensión agresiva entre la imagen especular y el cuerpo real, ya que la completud de aquella parece amenazar a este con la desintegración y la fragmentación.
Esta identificación con la imagen especular implicaría, por lo tanto, una relación ambivalente con el semejante; una relación que involucra tanto erotismo como agresión.
La agresión erótica persistirá como una ambivalencia fundamental, que va a subyacer en todas las formas de identificación; de hecho, constituye una característica esencial del narcisismo, que puede pasar fácilmente del autoamor extremo al polo opuesto, la “agresión suicida narcisisia”.
Al relacionar la agresividad con el orden (imaginario) de Eros, Lacan parece diferenciarse de Freud, ya que este la había considerado como una manifestación, dirigida hacia afuera, de la pulsión de muerte; y esta, para Lacan, no estaría ubicada en el orden imaginario sino en el simbólico.
Lacan también relaciona la agresividad con el concepto hegeliano de lucha a muerte, en tanto momento o fase de la dialéctica del amo y el esclavo.
Él hace, casi desde sus primeras obras, una distinción entre la agresividad y la agresión; esta se refiere sólo a actos violentos, mientras que la primera es una relación fundamental que no solamente se presenta en esos actos sino también en muchos otros fenómenos, aparentemente de otra índole.
Lacan sostiene, incluso, que la agresividad está tan presente en actos supuestamente afectuosos o altruistas como en actos violentos. En esta postura, está retornando claramente al concepto freudiano de ambivalencia (interdependencia del amor y el odio), uno de los descubrimientos fundamentales del psicoanálisis.
Lacan sostiene que es importante poner en juego la agresividad del analizante desde el principio mismo de la cura, haciéndola emerger como transferencia negativa. Esta agresividad dirigida hacia el analista, como fase de la cura, es muy importante, dado que, si es manejada correctamente por el analista, será acompañada por una gran disminución de las resistencias más profundas del paciente.
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