El complejo de castración es el conjunto de las consecuencias subjetivas, principalmente inconscientes, determinadas por la amenaza de castración en el hombre y por la ausencia de pene en la mujer. El término castración deriva del latín castratio; se supone que apareció a fines del siglo XIV para designar la operación de privar a un hombre o un animal de sus glándulas genitales. Es sinónimo de “emasculación”, palabra más precisa y reciente para designar la ablación real de los testículos.
Freud llama complejo de castración al sentimiento (inconsciente) de amenaza que experimentan los niños cuando constatan la diferencia anatómica de los sexos (que el varón tiene pene, y la niña no).
Dado que el pene es para el varón el órgano sexual autoerótico primordial, no puede concebir que una persona semejante a él carezca de pene. Sólo hay complejo de castración en razón de este valor del pene y de esta “teoría” (infantil) de su posesión universal. El complejo se establece cuando amenazan (generalmente, los padres) al niño (generalmente, a causa de que se masturba o puede hacerlo) con cortarle el sexo.
Esto produce espanto (angustia de castración) y también rebelión, proporcionales al valor acordado al miembro; por su intensidad, estos sentimientos son reprimidos. Freud observa que el varón no siempre toma en serio la amenaza (o la mera alusión), cuando se produce, y que esta sola no podría obligarlo a asumir la posibilidad de la castración.
Pero, ante la visión de los genitales femeninos, aparece el complejo. Un solo factor es insuficiente pero, dados los dos (en cualquier orden), el segundo evoca el primero (efecto de après-coup) y desencadena el surgimiento del complejo de castración.
Una vez que ha admitido esa terrible posibilidad, el niño se encuentra obligado, para salvar su órgano, a renunciar a su sexualidad (la masturbación es la vía de descarga genital de los deseos edípicos). Esta suspensión es momentánea (fase de latencia). El complejo de castración pondría fin, entonces, al complejo de Edipo, y ejercería así una función normalizadora.
La normalización que se supone acompaña el complejo de castración no siempre es constante o completa: el niño puede no renunciar a su sexualidad, seguir con la masturbación o, aunque la interrumpa, no poder parar la actividad fantasmática edípica; esto comprometería su sexualidad adulta.
Freud parece establecer claramente la primacía del falo para los dos sexos, lo que trae dos grandes consecuencias:
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las experiencias previas de pérdida (del seno, de las heces) no son tales, ya que no se debería hablar de complejo de castración sino a partir del momento en que esta representación de una pérdida es ligada con el órgano genital masculino;
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el complejo de castración implica tanto a la mujer como al hombre: El clítoris de la niña se comporta al principio enteramente como un pene; pero, en ella, claro está, la visión del órgano del otro sexo desencadena inmediatamente el complejo y la consiguiente envidia del pene. Esta puede desarrollarse, al principio, en forma de deseo de estar dotada de un pene; pero su evolución normal es aquella en la que encuentra su equivalente simbólico en el deseo de tener un hijo, lo cual a su vez conduce a la niña a elegir al padre como objeto de amor (Edipo). Aquí también el complejo de castración ejerce una función normalizadora: orienta a la niña a la heterosexualidad.
Freud, más tarde, pone también el acento en ciertas consecuencias patológicas del complejo de castración y reconoce la imposibilidad del renunciamiento total a los primeros deseos; este complejo sería la roca contra la cual choca una y otra vez el análisis.
En la mujer, la envidia del pene puede persistir de manera indefinida en el inconsciente, como factor de celos y depresión.
En el hombre, la angustia de castración constituye frecuentemente un límite del trabajo analítico: toda actitud pasiva con respecto al padre (y con respecto al hombre en general) tiene la significación de una castración y desencadena una rebelión; pero, como la rebelión implica imaginariamente el mismo castigo (la castración), el sujeto no encuentra la salida y permanece dependiente, tanto en su vida social como en su vida de relación con las mujeres.
Para Jacques Lacan, el complejo de castración es el conjunto de las consecuencias determinadas por la sumisión del sujeto al significante.
Lacan prefiere hablar de castración en vez de complejo de castración. La define como una operación simbólica que determina una estructura subjetiva: el que ha pasado por la castración no está acomplejado; al contrario, está normado respecto del acto sexual.
Sin embargo, hay allí una aporía: ¿por qué el ser humano debe estar castrado antes de poder llegar a la madurez genital?
La castración no tiene que ver con el órgano real: recae sobre el falo en tanto es un objeto imaginario. Por eso Lacan no considera que el Edipo y la castración dependan de y sean opuestas al sexo del sujeto.
El niño, mujer o varón, quiere ser el falo para captar el deseo de su madre (primera fase del Edipo).
La interdicción del incesto (segunda fase), que debe desalojarlo de esta posición ideal de falo materno, corresponde al padre simbólico, es decir, a una ley cuya mediación debe ser asegurada por el discurso de la madre, que no se dirige sólo al niño, sino también a ella misma.
En la tercera fase, interviene el padre real, quien tiene el falo (en realidad, quien para el niño es supuesto como teniéndolo), lo usa y se hace preferir por la madre.
El niño, que ya ha renunciado a ser el falo, podrá identificarse con el padre. La niña, por su parte, ha aprendido hacia qué lado debe volverse para encontrar el falo.
Desde esta perspectiva, hay que distinguir entre la frustración, imaginaria, que se da un objeto real (frustración femenina del pene), y la privación, real, que se da un objeto simbólico (sustraído). La castración será considerada como simbólica de un objeto imaginario; en este último caso, se debe entender que la castración constituye la representación simbólica de una emasculación que recae en un objeto imaginario, el falo absoluto del padre omnipotente.
El falo aparece, con innumerables aspectos, en los sueños y los fantasmas, pero se ve muy frecuentemente separado del cuerpo.
Esta separación es explicada por Lacan como un efecto de la elevación del falo a la función de significante. Desde que el sujeto está sometido a las leyes del lenguaje (la metáfora y la metonimia), o sea, a partir de que el significante fálico ha entrado en juego, el objeto fálico está seccionado imaginariamente.
Hay que observar que esta noción de la castración no basta para fundar una lógica de la sexualidad. En el seminario Aun (de 1972) se ocupa de ella al tomar por tema la famosa imposibilidad de la relación sexual: por esta se entiende la imposibilidad de una escritura lógica de la sexualidad del sujeto hablante.
En esta perspectiva, se plantea el principio lacaniano de que no hay relación sexual.
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