La angustia es un afecto de displacer, generalmente muy intenso, que se manifiesta en lugar de un sentimiento inconsciente, en un sujeto que está a la espera de algo que no puede nombrar.
Suele traducirse en sensaciones físicas que van de un simple malestar digestivo a la parálisis total. Con frecuencia, la acompaña un intenso dolor psíquico.
La angustia fue mencionada por Freud, en sus primeros escritos teóricos, como la causa de los trastornos neuróticos; y atribuyó la angustia de los neuróticos, en gran medida, a la sexualidad. La angustia surge de una trasformación de tensión acumulada, y esta tensión puede ser física o psíquica.
Para Freud, es una conversión de la angustia lo que produce la histeria y la neurosis de angustia. Pero, en la histeria, una excitación psíquica toma otro camino y conduce a reacciones somáticas, mientras que en la neurosis de angustia actuaría una tensión física que no puede descargarse psíquicamente.
Más tarde, Freud le da a la angustia dos fuentes: una involuntaria, automática, inconsciente, cuando se instaura una situación de peligro análoga a la del nacimiento y que pone en riesgo la vida del sujeto; otra voluntaria, consciente, que sería producida por el yo cuando lo amenaza una situación de peligro real; aquí la angustia tendría como función intentar evitar ese peligro.
Habría en la angustia, entonces, dos niveles. En el primero, es un afecto que está entre la sensación y el sentimiento, una reacción a una pérdida, a una separación; es la angustia “originaria”, producida por el desamparo psíquico del lactante que es separado de la madre. En el segundo, la angustia es un afecto señal, como reacción ante el peligro de la castración, en un momento en que el yo del sujeto intenta sustraerse de la hostilidad de su superyó.
Así, para Freud, el surgimiento de la angustia en un sujeto es siempre relacionable con la pérdida de un objeto fuertemente investido; la madre o el falo.
Lacan se dedicó intensamente a elaborar una articulación precisa del concepto de angustia. Para él, no se trata tanto de comprenderla o describirla, sino más bien de registrarla en su posición estructural y en sus elementos significantes.
La angustia sería un afecto cuya posición de mínima es ser una señal. Pero no es la manifestación de un peligro interno o externo; es el afecto que captura a un sujeto en una vacilación, cuando se ve confrontado con el deseo del Otro.
Si para Freud la angustia es causada por una falta de objeto, por una separación de la madre o del falo, para Lacan no es así. Siempre aparece en cierta relación entre el sujeto y ese objeto perdido antes aun de haber existido. Para Lacan, este objeto no está tan perdido como puede parecer, ya que se vuelven a encontrar sus huellas visibles y patentes en las formas del síntoma o en las formaciones del inconsciente.
Se trata de la castración simbólica, como Freud también afirmó. La angustia, para Lacan, es la única traducción subjetiva de la búsqueda de ese objeto perdido. Sobreviene en un sujeto cuando ese objeto, equivalente metonímico del falo (estructuralmente ausente), se convierte en un objeto de reparto o de intercambio. (Porque, para Lacan, no hay imagen posible de la falta.)
La angustia se constituiría “cuando algo, no importa qué, viene a aparecer en el lugar que ocupa el objeto causa del deseo”. La angustia siempre se suscita por este objeto, que es el que dice “yo” en el inconsciente e intenta expresarse a través de una necesidad, de una demanda o de un deseo. Y, para que un sujeto pueda ser deseante, es necesario que un objeto, causa de su deseo, pueda faltarle. Cuando ese objeto llega a no faltar, el sujeto se precipita en la situación de lo siniestro u ominoso (Unheimlich). Y entonces surge la angustia.
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