Acontecimiento, generalmente de naturaleza sexual, inasimilable para el sujeto y que puede parecer constitutivo de una condición determinante de la neurosis.
Este suceso se caracteriza por su intensidad, por la incapacidad del sujeto de responder a él adecuadamente, y por el trastorno y los efectos patógenos duraderos que le provoca en su organización psíquica.
“Trauma” y “traumatismo” son términos usados desde antiguo en medicina y cirugía. “Trauma”, que viene del griego (“herida”) y deriva de “perforar”, designa una herida con efracción; “traumatismo” se reserva para designar las consecuencias de una lesión, resultante de una violencia externa, sobre el conjunto del organismo. Muchas veces, los dos términos son empleados como sinónimos. El psicoanálisis los ha tomado (aunque en Freud sólo se encuentra “trauma”), transponiendo al plano psíquico sus denotaciones y connotaciones: choque o golpe violento, efracción y consecuencias (negativas) sobre el conjunto de una organización.
En la perspectiva económica del psicoanálisis, el trauma se caracteriza por un aflujo de excitaciones, excesivo en relación con la tolerancia del sujeto y con su capacidad de controlarlas y elaborarlas.
La noción de trauma parece una las más fáciles de entender. Si alguien sufre trastornos neuróticos, ya parece de sentido común pensar que es porque ha sido “traumatizado”. Dice Freud en una de sus primeras obras: “Los síntomas eran, por así decirlo, como residuos de experiencias emotivas que, por esa razón, hemos llamado después traumas psíquicos: su carácter particular se relacionaba con la escena traumática que los había provocado”.
Pero, en realidad, esto trae más preguntas que respuestas. Sobre todo: ¿Qué hace que un determinado acontecimiento tenga valor de trauma para un sujeto? Y, si la causa del síntoma debe buscarse en la ausencia de una reacción adecuada al trauma, ¿qué impide que esta se produzca, qué lo vuelve inasimilable? Esta última pregunta abre el camino a la teoría de la represión. Y, por otro lado, Freud muy pronto advierte que raramente se encuentra un trauma aislado. El trabajo analítico hace aparecer una serie de traumas semejantes (y repetidos) en la historia del sujeto. Si un trauma se repite, ya no puede concebirse como una ruptura brusca e inesperada del curso de la existencia: se inscribe en lo que el psicoanálisis llama “repetición”, o sea, en un orden, constrictivo sin duda, pero en donde el mismo sujeto pone ciertamente algo propio.
En las primeras obras de Freud, y especialmente en las cartas a su amigo Wilhelm Fliess (1887-1902), la teoría del trauma está relacionada con la de la seducción precoz. La explicación tiene forma de evidencia: para explicar sus trastornos, el sujeto neurótico evoca, con cierta facilidad, una confrontación brutal con la sexualidad, que habría ocurrido prematuramente, por la coerción perversa de un adulto. Eso era lo que las histéricas tratadas por Freud le contaban. La teoría de la seducción precoz supone una acción traumática en dos tiempos: el episodio displacentero ocurre generalmente en la infancia; pero, sólo cuando es reactivado en el après-coup, durante la pubertad, se muestra como realmente patógeno. Es el recuerdo de la primera escena el que desencadena un aflujo de excitaciones sexuales que desbordan las defensas del yo.
Sin embargo, Freud abandonó la teoría de la seducción precoz. De a poco, se le impuso la idea de que el episodio sexual invocado no había ocurrido realmente, que pertenecía a la esfera del fantasma. El alcance del trauma se reduce, y su originalidad disminuye; se tiende a asimilar, en el desencadenamiento de la neurosis, a lo que Freud, en otras formulaciones, denominó “frustración”.
Pero el trauma volverá a encontrar un lugar importante, con otra forma distinta, a partir de que la Primera Guerra Mundial multiplique los casos en los que el sujeto es afectado por una “neurosis traumática”, o sea, relacionada con un acontecimiento violento.
La neurosis traumática constituye uno de los puntos de partida de la teoría freudiana de la pulsión de muerte. Esta concepción lleva a establecer una especie de simetría entre el peligro externo y el peligro interno: el yo es atacado desde adentro, es decir, por las excitaciones pulsionales, tal como lo es desde fuera.
En el marco de la moderna elaboración psicoanalítica, es difícil darle un valor demasiado grande a lo que sólo es del orden del acontecimiento. Este siempre es reelaborado por el sujeto e integrado al saber inconsciente. Habría que decir que el sujeto, en tanto tal, sufre un trauma constitutivo, que es la existencia misma del lenguaje: desde que habla, no tiene un acceso directo al objeto de su deseo, debe comprometerse en la demanda, y se ve reducido finalmente a hacer pasar su goce a través del lenguaje mismo.
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