Sigmund Freud se consideraba ateo. Había renunciado a la religión judía de su familia, pero no a su identidad y a su cultura. Es cierto que consideraba que las formas monoteístas de la religión son signos de un estado más desarrollado de civilización; pero también, que todas las religiones son barreras que frenen el progreso cultural e individual (en esto, hasta cierto punto, coincidía con Carlos Marx).
Sostuvo que la humanidad debía abandonar las religiones y remplazarlas por la ciencia, aserto en el cual parece acercarse al positivismo, pensamiento característico de su época, aunque desde una perspectiva completamente diferente.
Para Freud, las religiones son tentativas de protegerse del dolor psíquico por medio de una “refundición delirante de la realidad”; y llegó a la conclusión de que tienen que clasificarse entre los “delirios masivos” de la humanidad. La idea de Dios era para él una expresión del anhelo infantil de tener un padre protector y todopoderoso, y llegó a calificar la religión como una “neurosis obsesiva universal”.
Por su parte, Jacques Lacan también se consideraba ateo, y había renunciado a la religión sus padres (católica, en este caso). Igual que Freud, contrapuso la religión a la ciencia, ubicando el psicoanálisis del lado de esta.
Al marcar esta distinción neta entre magia / religión y ciencia / psicoanálisis, basándose de sus diferentes relaciones con la verdad como causa, Lacan presenta la religión como una negación de la verdad en tanto causa del sujeto. Sostiene que la función de los ritos de sacrificio es seducir a Dios, suscitar su deseo. La verdadera fórmula del ateísmo no sería la nietzscheana, “Dios está muerto”, sino “Dios es inconsciente”.
Coincide también con Freud respecto de las semejanzas entre las prácticas religiosas y la neurosis obsesiva.
El discurso psicoanalítico, especialmente el de Lacan, abunda en metáforas sacadas de la religión. El ejemplo más fuerte es, por supuesto, el Nombre-del-Padre, que designa un significante fundamental, cuya forclusión lleva a la psicosis. La palabra “Dios” es usada por Lacan como metáfora del gran Otro, y el goce femenino lo compara con el éxtasis experimentado por los grandes místicos cristianos, como santa Teresa de Ávila.
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