Envidia y gratitud es uno de los trabajos más importantes de la psicoanalista inglesa Melanie Klein. Ella llegó a la conclusión de que la envidia, al atacar la más temprana de las relaciones (la que se tiene con la madre) es “uno de los factores más poderosos de socavamiento, desde su raíz, de los sentimientos de amor y gratitud”.
Consideró que la envidia, que es una expresión oral-sádica y anal-sádica de impulsos destructivos, trabaja desde el comienzo de la vida y tiene una base constitucional. Sus conclusiones deben mucho a la obra pionera de Karl Abraham, aunque con importantes diferencias, que sería demasiado extenso consignar aquí.
La intención de Klein al estudiar más cercanamente la envidia tienen que ver además con hacer nuevas sugerencias respecto de la temprana vida emocional del niño (su especialidad, sin dudas) y sacar también algunas conclusiones útiles para la edad adulta y la salud mental en general. “La experiencia me ha enseñado &emdash;afirma&emdash; que la complejidad de la personalidad en su completo desarrollo sólo puede ser comprendida si logramos conocer la mente del bebé y seguimos su desarrollo en la vida posterior”.
Klein siempre le atribuyó una importancia fundamental a la primera relación de objeto del niño pequeño: la relación con el pecho y con la madre; si este objeto primario, que es introyectado, se arraiga en el yo con relativa seguridad, estará dada la base para un desarrollo satisfactorio del individuo. Esta íntima unión, física y mental, con el pecho gratificador restaura en cierta medida (si todo sucede favorablemente) la perdida unidad prenatal con la madre y el sentimiento de seguridad que la acompaña.
Y, si bien ese estado prenatal implica un sentimiento de unidad y seguridad, que este estado no sea perturbado depende de las condiciones psicológicas y físicas de la madre (y posiblemente también de ciertos factores fetales). Por lo tanto, se podría considerar el anhelo universal hacia este estado prenatal como una expresión del impulso a la idealización.
Y una de sus fuentes más importantes es la fuerte ansiedad persecutoria que surge como consecuencia del nacimiento; esta primera forma de ansiedad, las experiencias desagradables del feto, y el sentimiento de seguridad que se disfruta en el útero anuncian la característica doble relación con la madre: el pecho bueno y el malo.
Para Klein, las circunstancias externas tienen un rol muy importante en la relación inicial del niño con el pecho. Si hay dificultades en el nacimiento, esa relación comienza de manera desventajosa, y el niño queda perjudicado en su capacidad de experimentar nuevas fuentes de gratificación y no puede internalizar suficientemente un objeto primario realmente bueno.
Otros factores contrarios son que el niño no obtenga alimentación y cuidados maternos correctos, si la madre sufre ansiedad o tiene dificultades psicológicas respecto de la alimentación, etc. Entra aquí un elemento de frustración (de todas formas, inevitable en cierto grado, porque no se puede remplazar totalmente la unidad prenatal con la madre).
La lucha entre los instintos de vida y de muerte (y la consecuente amenaza de aniquilación de sí mismo y del objeto por parte de los impulsos destructivos) son esenciales en la relación inicial del niño con su madre. Él desea que el pecho y la madre supriman esos impulsos destructivos y el dolor de la ansiedad persecutoria.
Las experiencias felices y las inevitables aflicciones refuerzan el conflicto amor-odio (instintos de vida y de muerte), lo que da como resultado que existan un pecho bueno y otro malo. Como consecuencia, la primitiva vida emocional del niño se caracteriza por una sensación de pérdida y recuperación del objeto bueno.
El pecho no es solamente un objeto físico para el niño. La totalidad de sus deseos instintivos y sus fantasías inconscientes le infunden cualidades que van mucho más allá del alimento real que proporciona. El “pecho bueno” es el prototipo de la bondad, la paciencia y generosidad maternas, que son inagotables, así como de la facultad creadora.
Cuando el bebé siente que la gratificación de la que fue privado ha quedado como retenida en el pecho que lo frustró, aparece la envidia, que contribuye con las dificultades del bebé en la estructuración de un objeto bueno.
El primer objeto envidiado es el pecho nutricio. El bebé siente que éste posee todo lo que él desea, un flujo ilimitado de leche y amor, que es retenido para su propia gratificación.
“Este sentimiento se suma a la sensación de agravio y odio, y da como resultado disturbios en la relación con la madre. Si la envidia es excesiva, a mi modo de ver esto indica que los rasgos paranoides y esquizoides son anormalmente fuertes; en tal caso el niño puede ser considerado enfermo”.
Melanie Klein hace una clara distinción entre la envidia, los celos y la voracidad.
La envidia es un sentimiento de enojo contra otra persona que posee o goza de algo deseable para el sujeto: el impulso de éste es dañarlo o quitarle eso que posee. Implica la relación del sujeto con una sola persona, y se remonta a la relación más temprana y exclusiva, la que se tuvo con la madre.
Los celos, por su parte, están basados en la envidia, pero comprenden una relación de por lo menos dos personas; conciernen principalmente al amor que el sujeto siente que se le debe y le ha sido quitado (o está en peligro de ello) por su rival. En la versión más común de los celos, el sujeto se siente privado de la persona a la que ama, por otra persona. Pero también implican que alguien ha tomado “lo bueno” que, por derecho, pertenece al individuo; es decir, en este caso, “el pecho bueno”.
La voracidad, finalmente, es un deseo “vehemente, impetuoso e insaciable”, que excede tanto lo que el sujeto necesita como lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar. Inconscientemente, la meta principal de la voracidad es vaciar por completo el objeto, lo que equivale a chupar hasta secar y, en cierto sentido, devorar el pecho; es decir, una introyección destructiva.
La envidia se relaciona con la voracidad, pero no sólo busca hacer lo mismo que ésta, sino también colocar en la madre, y especialmente en su pecho, las partes malas de uno mismo, con la finalidad de dañarla, de destruirla. En un sentido más profundo, esto significaría destruir su capacidad creadora. Es un proceso que deriva de impulsos uretrales y anal-sádicos, un aspecto destructivo de la identificación proyectiva que surge en el mismo comienzo de la vida. La diferencia básica entre voracidad y envidia (aunque no pueda trazarse una divisoria perfecta) es que la voracidad está conectada con la introyección, mientras que la envidia está conectada con la proyección.
Con respecto a los celos, éstos hacen que se tema perder lo que se tiene; a la envidia le duele ver que otro tiene aquello que uno quiere para sí mismo.
Puede decirse que la persona envidiosa es insaciable. Nunca quedará satisfecha, porque su envidia proviene del interior y, por ello, encuentra siempre un objeto en quien concentrarse. (Esto indica, pese a sus diferencias, la estrecha conexión entre los celos, la voracidad y la envidia.)
La expresión, casi universal, “morder la mano que da de comer” es una buena metáfora de morder, destruir y deteriorar el pecho.
Contrariamente al bebé que, por causa de su envidia, no logra estructurar con suficiente seguridad un objeto interno bueno, el niño que tiene una sólida capacidad para el amor y la gratitud desarrolla una relación profundamente arraigada con su objeto bueno; así, puede resistir estados temporarios de envidia, odio y sensación de perjuicio, sin salir lastimado.
Durante el desarrollo infantil, la relación con el pecho materno se convierte en el fundamento de la devoción hacia personas, valores y causas. Así se asimila algo del amor que originariamente se experimentó hacia el objeto primario.
La gratitud es uno de los sentimientos más importantes que derivan de la capacidad para amar; es esencial para estructurar la relación con el objeto bueno, y también subyace en la apreciación de la bondad (en los otros y en uno mismo).
La raíz de la gratitud, como de otras cualidades, se encuentra en las emociones y las actitudes que aparecen en las épocas más tempranas de la infancia, cuando la madre es único objeto para el bebé, vínculo que es la base para todas las relaciones amorosas posteriores.
En estas fases tempranas, los impulsos destructivos del bebé, especialmente la envidia, pueden perturbar su vínculo con la madre. Si la envidia del pecho nutricio es muy fuerte, interfiere con la gratificación plena, dado que lo característico de la envidia es que quiera robar y dañar lo que el objeto posee. El bebé sólo puede experimentar satisfacción plena si su capacidad de amar está suficientemente desarrollada; a su vez, la satisfacción es la base de la gratitud.
La gratificación plena al mamar significa que el bebé siente que ha recibido, de parte de su objeto amado, un don incomparable que quiere conservar: ésta es la base para la gratitud, que se encuentra íntimamente vinculada con la creencia en figuras buenas. Cuanta mayor es la frecuencia con que se experimenta y acepta la gratificación en el acto de mamar, tanto más se sienten el goce y la gratitud en el nivel más profundo posible.
La gratitud está estrechamente vinculada con la generosidad. La riqueza interior deriva de haber asimilado el objeto bueno, lo que hace que el individuo sea capaz de compartir sus dones con los otros.
A veces, se encuentran expresiones de gratitud que resultan impulsadas más por sentimientos de culpa que por la capacidad de amar. Habría que distinguir entre la verdadera gratitud y estos sentimientos (lo cual no significa que en la verdadera gratitud no subsista algún elemento de culpa).
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