El esquizoanálisis es una teoría alternativa, e incluso contraria, al psicoanálisis, creada por los filósofos franceses, Gilles Deleuze y Félix Guattari (especialmente en el libro Antiedipo, primer volumen de la serie Capitalismo y esquizofrenia, que se continuó con Mil mesetas).
En realidad, el esquizoanálisis confronta directamente al psicoanálisis en dos aspectos muy importantes, que tienen que ver tanto con la teoría como con la práctica: su “culto” al Edipo y su reducción de la libido a catexis “familiaristas”.
Por estos predominios, el psicoanálisis se da contra dos obstáculos insalvables: no puede alcanzar las “máquinas deseantes” del sujeto porque se mantiene en los límites de las figuras o estructuras edípicas; y tampoco puede alcanzar las catexis sociales de la libido, porque se queda en las catexis meramente familiaristas.
Según Deleuze-Guattari, el esquizoanálisis se aplica mejor a grupos, porque en ellos se dispone, de manera más inmediata, de un material, en principio, ajeno a la familia.
La crítica del Edipo y del psicoanálisis depende estrechamente de un estudio más abarcativo acerca de las relaciones entre el capitalismo y la esquizofrenia. Las catexis conciernen, en realidad, al campo social. Por ejemplo, el delirio del esquizofrénico no es familiar, sino histórico, político, mundial (se delira sobre los chinos, los alemanes, Napoleón, Juana de Arco, los arios y los judíos, el dinero, el poder y la producción, según las épocas; no sobre “papá y mamá”).
Incluso la “novela familiar” depende estrechamente de las catexis sociales inconscientes que aparecen en el delirio, y no a la inversa. Y esto sucede ya en la infancia.
Deleuze-Guattari llegan a proponer un (esquizo)análisis que se contrapone al psicoanálisis. Les interesa algo que no les interesa a los psicoanalistas: ¿Cuáles son tus máquinas deseantes? ¿Cuál es tu manera de delirar el campo social?
Para ellos, el psicoanálisis es como el capitalismo (en el cual se creó y se desarrolló): “la esquizofrenia es su límite, pero no deja de desplazar el límite ni de intentar conjurarlo”.
El esquizoanálisis pretende ser una articulación transdisciplinaria. Por un lado, recorre, atraviesa y deconstruye las distancias entre las disciplinas, creando encuentros sorprendentes entre todo tipo de campos, aparentemente heterogéneos. Puede abarcar tanto la psicología como el arte, la economía como la literatura.
Es imposible clasificar el esquizoanálisis dentro de alguna de las ciencias conocidas. Surgió en un período en que comenzaba la crítica del estructuralismo, desde diversos puntos de vista. Pero, si bien se lo puede considerar “posestructuralista”, es más difícil situarlo como posmoderno, sobre todo teniendo en cuenta su feroz crítica del capitalismo.
“El esquizoanálisis —dijeron sus autores— renuncia a toda interpretación, ya que deliberadamente renuncia a descubrir un material inconsciente: el inconsciente no quiere decir nada. En cambio, el inconsciente construye máquinas, que son las del deseo, y cuyo uso y funcionamiento el esquizoanálisis descubre en la inmanencia con las máquinas sociales. El inconsciente no dice nada, maquina. No es expresivo o representativo, sino productivo. Un símbolo es únicamente una máquina social que funciona como máquina deseante, una máquina deseante que funciona en la máquina social, una catexis de la máquina social por el deseo”.
En cierto sentido, se trata de un materialismo inmanentista, neofuncionalista, transversalista, heterogenético, autopoiético, etc. Guattari ha dicho también que el esquizoanálisis se rige por un paradigma estético, ético, político, que incluye contribuciones filosóficas, científicas, artísticas, e incluso se alimenta del saber popular, la mitología y la locura.
La “utopía activa” del esquizoanálisis comprende una serie inagotable de contribuciones teóricas, técnicas, estéticas y militantes, de parte de un amplio rango de producciones de Oriente y Occidente, que tienen en común, eso sí, una inspiración libertaria. En este sentido, el esquizoanálisis tiene como enemigos el capital, el Estado, las “mayorías” dominantes; es decir, cualquier forma de dominación, explotación, mistificación, domesticación, perpetuación y destrucción.
El esquizoanálisis, pese a su considerable difusión mundial de los últimos años, no tiene el respaldo ni ha creado ninguna organización societaria, académica, profesional, etc. No otorga “títulos oficiales” ni se adjudica ninguna modalidad de formación o capacitación propia.
Los autores insisten en que cada lector lea su obra como pueda y le parezca, y tome de ella lo que le resulte más inspirador y creativo, sin ningún compromiso.
El esquizoanálisis no es un modelo, o una “teoría”, sino más bien un método; o mejor: una articulación sin metodología. Por esto, el esquizoanálisis sólo puede existir en su propia práctica: si no te atraviesa, no te sirve. No se puede aprender de manera desafectada, como cualquier cuerpo de conocimientos establecidos, porque se propone atravesar al que se asoma a él, “maquinar” con ese sujeto y transformarlo.
El esquizoanálisis es una apuesta por experimentar la multiplicidad, la diferencia, la complejidad. Es un desafío que no puede dejar indiferente. Si hay una clínica del esquizoanálisis (que es pura práctica), es la que permita pensarse como crítica, como paradigma estético, como una pragmática, como la potencia de los cuerpos.
El “esquizoanalista” debe escuchar “de otro modo”: abrir la percepción hacia la diversidad, evitando llevar todas las enunciaciones al callejón sin salida de la interpretación edípica; y a una noción de “cura” como resignación y adaptación al status quo. Debe liberar el pensamiento sobre el inconsciente, para poder pensar la multiplicidad y la heterogénesis de los procesos creativos en la producción de la subjetividad.
En la teoría y el método psicoanalíticos, se prioriza al individuo, pero se lo aleja del mundo (como si eso fuera posible). La tarea del verdadero análisis es ver cómo el mundo está en el individuo: cómo habita el mundo y cómo el mundo lo habita a él.
Individuo, sujeto, yo, cuerpo, etc., son constructos teóricos no necesariamente relacionados y estables. El complejo de Edipo, la castración, la metáfora paterna, el estadio del espejo son invenciones del pensamiento que pueden servir como operadores en un determinado dispositivo; pero, al elevarlos al estatus de verdades consagradas y universales, para explicar toda la heterogeneidad de la existencia, la enfermedad y la transformación, se convierten en herramientas de disciplinamiento, opuestas al supuesto objetivo del procedimiento analítico: posibilitar la producción inconsciente.
Deleuze y Guattari evitan todo tipo de definición o búsqueda de una verdad última. Se ponen al margen de una lógica de la verdad, y sitúan en su lugar una lógica de las afecciones: no hay posibilidad de entendimiento y de pensamiento si no se es afectado de algún modo por aquello con lo cual se entra en contacto.
Deleuze y Guattari, al decir que el inconsciente es esquizo, significan que escapa de cualquier tipo de acoplamiento que lo regule reiteradamente en el mismo sentido. A veces, realiza producciones magníficas; otras, va a la esquizofrenia.
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