En la obra de Jacques Lacan, hay muchas referencias a la famosa frase de Descartes “Cogito ergo sum” (“Pienso, por lo tanto existo”, como se traduce habitualmente).
Suele referirse a ella simplemente como “el cogito” y considerar que representa la filosofía completa de Descartes, además de un hito fundamental en el desarrollo del pensamiento occidental.
Está claro que, en cierto sentido, el cogito —que reenvía a aquello de lo que no se puede dudar y, por lo tanto, fundamenta la existencia— concentra el concepto occidental moderno del yo, basado en la autosuficiencia y la autotransparencia de la conciencia, y la autonomía del yo. Si pienso, existo, ya que, en la medida en que pienso, estoy existiendo (no puedo dudar de eso) y me pienso como existente. (Recordemos que, en el momento solipsista del pensamiento cartesiano, esta se convierte en la única certeza posible; luego, por conveniencia, se reintroduce el concepto de divinidad. De una manera u otra, ambos resultan relacionados diferidamente.)
Lacan, en verdad, no considera que ese concepto occidental moderno del yo haya sido inventado por Descartes (ni por nadie); más bien, surgió en la época en que Descartes desarrolló su pensamiento, como un emergente (siglos XVI y XVII).
Y, aunque esta noción pueda parecer natural, es en realidad un constructo cultural y social reciente. Su “naturalidad” es un efecto ideológico retroactivo.
Lacan afirma, por el contrario, que la experiencia psicoanalítica lleva a oponerse a cualquier filosofía que derive directamente del cogito. Ciertamente, el descubrimiento del inconsciente por parte de Freud subvierte el concepto cartesiano de la subjetividad al refutar la equivalencia “sujeto = yo = conciencia”. (Una de las principales criticas lacanianas a la psicología del yo es que esta traiciona a Freud regresando al concepto prefreudiano, “cartesiano”, de un yo autónomo.)
Por otra parte, ciertas ideas de Lacan implican que el cogito contiene en sí las semillas de su propia subversión, al plantear un concepto de subjetividad que socava el concepto moderno del yo. Esto es, la existencia de un “sujeto de la ciencia”, al que se le niega todo acceso intuitivo al conocimiento y se le deja solamente la razón como camino hacia el saber.
Oponiendo el sujeto al yo, Lacan va a proponer que el sujeto del cogito cartesiano es en realidad uno y el mismo sujeto del inconsciente. Entonces, el psicoanálisis puede trabajar con un método “cartesiano”: avanzar desde la duda hasta la certidumbre, pero con la vital diferencia de que no parte de un “pienso” sino de un “eso piensa”.
De ahí que Lacan reescriba la frase de Descartes de varias maneras; por ejemplo: “Pienso donde no soy, por lo tanto soy donde no pienso”.
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