Sigmund Freud fue acusado con frecuencia de profesar el más craso determinismo (de origen positivista, quizás), ya que en sus teorías ningún lapsus o error, aunque pareciera insignificante, podría ser atribuido al azar, es decir, a una ausencia de causalidad.
En realidad, él escribió (en 1901) algo más preciso: “Creo en el azar externo (real), es cierto, pero no en acontecimientos accidentales internos (psíquicos)”.
Lacan expresó una aserción similar. En sus términos, el azar, en el sentido de pura contingencia o casualidad, sólo puede existir en lo real (inaccesible). En el orden simbólico, no hay nada que pueda ser azar “puro”.
En el seminario de 1964, para ilustrar la diferencia entre lo real y lo simbólico, y la presencia o no del azar en cada una de esas instancias, empleó una distinción, hecha por Aristóteles, entre dos tipos de azar.
En el segundo libro de la Física, donde examina el concepto de causalidad, Aristóteles explora el rol del azar y la fortuna. Así, distingue dos formas de azar: el automaton, que se refiere a los acontecimientos azarosos en el mundo en general, y la tyche (o tyché), que designa el azar en cuanto afecta a agentes capaces de acción moral.
Lacan redefine el automaton como “la red de significantes”; de este modo, lo reubica en el orden simbólico. El término designará entonces los fenómenos que parecen azarosos, pero en realidad son la insistencia del significante en la determinación del sujeto. EI automaton no es en verdad arbitrario: sólo lo real es verdaderamente arbitrario, porque “lo real está más allá del automaton”.
Lo real esta alineado con la tyché, que Lacan redefine como “el encuentro con lo real”. Designa entonces la incursión de lo real en el orden simbólico; y, a diferencia del automaton, que es la estructura del orden simbólico que determina al sujeto, la tyché sí es puramente arbitraria, situada más allá de las determinaciones del orden simbólico.
El acontecimiento traumático, por ejemplo, es el encuentro con lo real, extrínseco a toda significación.
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