El concepto de “beneficio” aplicado a la enfermedad designa, de modo general, toda satisfacción directa o indirecta que un sujeto obtiene de aquella. El beneficio llamado “primario” es el que entra en consideración en la motivación misma de una neurosis: la satisfacción hallada en el síntoma, la huida o el refugio en la enfermedad, cierta modificación favorable de las relaciones con el ambiente.
El beneficio llamado “secundario” puede distinguirse del anterior por: su aparición posterior, como una ganancia suplementaria o una utilización, por parte del sujeto, de una enfermedad ya constituida; su carácter extrínseco respecto de las determinaciones iniciales de la enfermedad y el sentido de los síntomas; se trata de satisfacciones narcisistas o ligadas a la autoconservación, más que de satisfacciones directamente libidinales.
Desde sus inicios, la teoría freudiana de la neurosis es prácticamente inseparable de la idea de que la enfermedad aparece y se mantiene por la “satisfacción” que aporta al individuo. El proceso neurótico responde al principio del placer y tiende a obtener un beneficio económico: una disminución de la tensión. Esto se evidencia, por supuesto, en la resistencia del sujeto a la cura; resistencia que se opone al deseo (consciente) de curarse. “Quien quiere curar al enfermo tropieza, para su sorpresa, con una gran resistencia, que le enseña que el enfermo no tiene la intención de renunciar a su enfermedad, por más formal y serio que parezca su propósito”, dice Freud.
Para describir el beneficio secundario, Freud menciona el caso de la neurosis traumática o de una enfermedad física resultado de un accidente. En este caso, el beneficio secundario se materializa por la indemnización que el enfermo percibe, fuerte motivo que se opone a una readaptación: “Al librarlo de su enfermedad, le privaríais ante todo de sus medios de subsistencia, puesto que entonces tendría que preguntarse si todavía es capaz de reemprender su antiguo trabajo”.
Aun en este caso, haría falta preguntarse por las motivaciones inconscientes del accidente. El aspecto objetivo del beneficio secundario oculta, con frecuencia, su carácter profundamente libidinal: la indemnización, por ejemplo, puede simbolizar una dependencia niño-madre.
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