En latín, el término “libido” significa “deseo, ganas”. La libido es una energía, que fue postulada por Freud como sustrato de las transformaciones de la pulsión sexual: en cuanto al objeto (desplazamiento de las catexis), en cuanto al fin (por ejemplo, sublimación) y en cuanto a la fuente de la excitación sexual (diversidad de las zonas erógenas). En C. G. Jung, el concepto de libido se amplía hasta designar la energía psíquica en general, presente en todo lo que es “tendencia a”, appetitus, sea sexual o no. Resulta bastante difícil dar una definición satisfactoria y completa de la libido porque, por un lado, evolucionó junto con la teoría de las pulsiones, y por otro, porque no hay una definición unívoca en la obra de Freud. Sin embargo, este siempre le atribuyó dos características:
- Desde una perspectiva cualitativa, la libido no es reductible (como quería Jung) a una energía mental inespecífica. Se puede “desexualizar”, pero esto ocurre siempre secundariamente y por una renunciación a la meta específicamente sexual.
- Por otro lado, la libido siempre se considera, sobre todo, un concepto cuantitativo: “Libido —doce Freud— es una expresión tomada de la teoría de la afectividad. Llamamos así la energía, considerada como una magnitud cuantitativa (aunque actualmente no pueda medirse), de las pulsiones que tienen relación con todo aquello que puede designarse con la palabra amor”. Si la pulsión sexual se sitúa en el límite somato-psíquico, la libido designa su aspecto psíquico, es “la manifestación dinámica, en la vida psíquica, de la pulsión sexual”. Como energía diferenciada claramente de la excitación sexual somática, el concepto de libido es introducido por Freud en sus primeros escritos sobre la neurosis de angustia (1896): una insuficiencia de la “libido psíquica” produce que la tensión se mantenga en el plano somático, donde se traduce, sin elaboración psíquica, en síntomas. Si faltan parcialmente ciertas condiciones psíquicas, la excitación sexual endógena no es controlada, la tensión no puede ser usada psíquicamente, hay una separación entre lo somático y lo psíquico, y aparece la angustia. Lacan retomó la cuestión y propuso concebir la libido no tanto como un campo de energía, sino como un “órgano irreal” que tiene relación con la parte de sí mismo que el ser viviente sexuado pierde en la sexualidad. “Pero ser irreal no le impide a un órgano encarnarse”.
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