El verdadero self arcaico irá evolucionando hacia la gestación de un mundo interno original y personal, siempre que la satisfacción de las necesidades no obstaculice la continuidad de la existencia.
Su proceso de desarrollo depende de la actitud maternal: la madre suficientemente buena es coherentemente receptiva a la ilusión de omnipotencia del niño, y hasta cierto punto la entiende y le da un sentido. Esta aceptación implica para él una ilusión de verdad, con lo cual el verdadero self se irá consolidando, porque el niño va creyendo en esa realidad externa que no parece entrar en competencia con su omnipotencia. Si la madre no es suficientemente buena y, por lo tanto, no es capaz de percibir y responder bien a las necesidades del niño, sustituirá el gesto espontáneo de aquél por una conformidad forzada con su propio gesto materno; esta repetida conformidad será la base del modo más temprano del falso self, como estructura de defensa que asume prematuramente las funciones maternas de cuidado y protección. El pequeño se adapta al medio, al mismo tiempo que protege a su verdadero self, fuente de sus impulsos más personales, frente a amenazas, heridas y hasta la destrucción. El falso self es esencialmente complaciente con el entorno. Se va construyendo un conjunto de falsas relaciones y, por ello, el niño puede querer crecer para ser como la madre, la niñera, la tía, el hermano o quienquiera que domine la escena. El falso self es como una máscara que constantemente trata de anticiparse a la demanda del otro, para mantener la relación; se pone en juego cada vez que hay que cumplir con normas exteriores, como ser “educado” o adecuarse a códigos sociales. El falso self llega a ser confundido con el verdadero por los otros, e incluso por el yo, ya que es un proceso inconsciente. Bajo la apariencia del éxito, del triunfo social, pueden surgir sentimientos de irrealidad, de infelicidad, sensación de no estar realmente vivo. Para Winnicott, en cada persona hay un falso y un verdadero self; su organización puede entenderse como una suerte de complementación y/o continuo, desde el falso self sano (aspectos socialmente indispensables) hasta el patológico (la enfermedad). El estrés puede ser entendido como un predominio agotador del falso self, en su tarea de protección y enmascaramiento del verdadero. Si el verdadero self desapareciera, la persona padecería una pobre capacidad para la simbolización y una vida culturalmente empobrecida.
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